VERA Y LOS MÍNIMOS. IV CENTENARIO DEL PATRONATO MUNICIPAL SOBRE EL CONVENTO DE SAN CLEOFÁS DE LA VICTORIA (folleto de mano, 2006)

Transcribimos el folleto de la exposición sobre la Orden de Mínimos de Vera de 2006.

Valeriano Sánchez Ramos

valeriano sánchez ramos

ÍNDICE. DISCURSO EXPOSITIVO

  1. Vera: Tierra de Frontera
  2. El Concejo de Vera negocia la venida de los Mínimos
  3. De ermita a iglesia conventual
  4. El Patronato Municipal
  5. La Victoria sobre los enemigos de la Fe
  6. Los Mínimos y el Mar
  7. Una economía mínima
  8. La religiosidad de Vera y los Mínimos
  9. Estudio. Saber y Aprendizaje en el Convento

convento exterior

convento interior

  1. VERA: TIERRA DE FRONTERA. Desde su origen, Vera fue la puerta que abría y cerraba la frontera del Reino de Granada con el vecino reino murciano, y en la que todavía sonaban los ecos gloriosos de la antaño guerra contra los nazarís. Las Capitulaciones de los Reyes Católicos (1489) [sic] la hicieron cabeza militar de toda la jurisdicción levantina, constituyéndose con un destacado contingente militar. Durante el siglo XVI su población se forjó en una aguerrida lucha constante por repeler los ataques piráticos que, desde el Norte de África, atacaban permanentemente su litoral.La última gran convulsión de Vera se produjo con el alzamiento morisco, cuando a finales de septiembre de 1569 Abén Humeya cercó la localidad. Milagrosamente fue socorrida por Lorca, interpretándose esta victoria como una intercesión de san Cleofás, santo que celebraba la iglesia aquella jornada de 25 de septiembre. Desde entonces la ciudad quedó indisolublemente unida al fervor providencialista de su patrón, dándole culto como a su protector. Para ello el concejo de la ciudad, aprovechando obras a medio terminar de un abandonado templo, elevó la ermita de San Cleofás, punto donde se concentró la religiosidad de esta sociedad de frontera.El trauma de la expulsión de los moriscos y sus sustitución, durante todo el último tercio del siglo XVI, por repobladores llegados, especialmente, de todos los rincones del Levante, constituyó una nueva sociedad necesitada de cohesión. La Tierra de Vera constituyó una complicada amalgama mental repleta de miedos y traumas por una contienda sangrienta. La mitra de Almería, incapaz de atender las necesidades [y] tamaña problemática, dejó en manos locales la resolución de sus problemas. Es en este contexto de verdadera pauperización, donde el concejo de Vera, preocupado por su vecindario, no dudará en buscar a la Orden de los Mínimos como elemento de apoyo para la tarea contrarreformista que necesitaba su feligresía para hacer frente a los retos del siglo XVII.
  2. EL CONCEJO DE VERA NEGOCIA LA VENIDA DE LOS MÍNIMOS. (imagen: los Reyes Católicos entregaron a los hermanos de San Francisco de Paula la talla de la Virgen que les dio la victoria sobre Málaga, imagen que desde entonces se vinculó a la orden. Detalle del altar mayor de la ermita de la Virgen de la Victoria de Málaga).El acuerdo del concejo veratense para el asentamiento de los mínimos en la localidad se estableció en la capital del reino, Granada, en su Convento de Ntra. Sra. de la Victoria. En aquella reunión el municipio se comprometió a cederles durante 3 años líquido suficiente para financiar las obras para levantar una casa. La renta provendría de la hacienda municipal y de particulares, en concreto “… seiscientos ducados en tres años (…). Y más de cuatrocientos ducados que algunos particulares habían mandado para ayuda a la dicha fundación. Para los dichos tres años la dicha ciudad le ofrecía el salario que daba el púlpito, y la gente de las dichas barcas ofrecían hacer y fundar en el dicho convento una cofradía, que demás del bien espiritual que a ellos resultaba sería de grande aprovechamiento al dicho convento. Y ansí mismo se les ayudaba para la fábrica con una calera de 200 caíces de cal y mucho número de peones y bagajes para trabajar en la obra y traer los materiales”.Era la Cuaresma de 1605 y el Corrector Provincial fray Ioan Pinna de Celis, quien el 6 de marzo (Domingo) se comprometió a fundar con 16 religiosos un convento en Vera. Esta nueva casa hacía la número treinta y dos de la orden, siendo por entonces General Corrector el francés fray Pedro Herberto. Vera para los religiosos era un punto importante para su expansión por la provincia mínima de Andalucía, pues su ubicación la convertía en un adelantamiento para un futuro desarrollo de la regla en el cercano Reino de Murcia. Su lejanía en relación al resto de sus casas también singularizó esta casa, convirtiéndose en un reto para una regla pobre que se dirigiría a la misma línea de frontera. No en balde la ciudad tenía “… por título guarda i defensa del Reino de Granada y por armas dos castillos en medio de ellos una llabe (sic) ganada a los moros”. Se trataba, en definitiva, de un punto idóneo para que los mínimos reformaran un cuerpo social marcado estructuralmente por una realidad territorial adversa.Tras revalidar el pacto, sólo restó que el procurador de la ciudad, Bartolomé Álvarez de Prado, consiguiera en la Corte la preceptiva autorización regia para la fundación. Tras los trámites de rigor, Felipe III emitió su real provisión desde Valladolid el 23 de agosto de 1605, autorizando, conforme a su Real Patronato, la fundación del Convento de Nuestra Señora de la Victoria de Vera.
  3. DE ERMITA A IGLESIA CONVENTUAL. (La ermita de San Cleofás recibió por título el de Ntra. Sra. de la Victoria, imagen vinculada a la orden desde la conquista de Málaga. Grabado malagueño de la Virgen de la Victoria).El primer templo del convento fue la ermita de San Cleofás, espacio religioso reaprovechado en el último tercio de aquel siglo [XVI] para erigir el santuario que daría cobijo al patrón de la ciudad. La construcción era de una sola nave y de dimensiones reducidas, recibiendo a partir de entonces el nombre de iglesia conventual de San Cleofás de la Victoria. Terminando la primera mitad del siglo XVII, aquel primer templo se quedó pequeño, concertándose la comunidad el 10 de diciembre de 1648 con el maestro de obras Miguel Fernández para construir uno nuevo. Las reformas continuaron, a partir de 1650, en el convento, que se amplió hacia la muralla. Los trabajos se dilataron en el tiempo por falta de líquido, en parte resuelto el 16 de agosto de 1673 por el cabildo catedralicio en el que se admitía la primacía mínima en las limosnas “… para el reparo de dicho convento y perfeccionar la obra que tiene comenzada en él”. Las obras, no obstante, debieron realizarse con materiales de escaso valor, ya que ambos edificios estaban bastante arruinados a la altura de 1684.

A finales del siglo XVII el monasterio experimentó algunos arreglos, aunque no sería hasta el 25 de mayo de 1776 cuando se acometió una importante reforma. En aquella fecha el arquitecto Jerónimo Martínez de Lara, vecino de Lorca, presentó un proyecto de ampliación evaluado en 18.114 reales. Sin embargo los trabajos quedaron paralizados a la altura de las cornisas, debido al agotamiento presupuestario. Las nuevas ayudas municipales no llegaron hasta 1790, fecha en la que se aprobó un nuevo presupuesto -valorado en 12.107 reales- realizado por Alonso Marín García. El 14 de junio de aquel año se reanudaron los trabajos durante 13 semanas, siendo dirigidos por el maestro director Francisco Ruiz Garrido y por Francisco Cano Haro, como maestro alarife; asistidos por Diego Cano Cervantes.

Durante la Guerra de la Independencia la edificación sufrió graves deterioros, debido al incendio provocado en la biblioteca por los franceses. A partir de estas fechas el espacio entró en una crisis de la que no se recuperaría, interviniéndose por el Estado en 1822 y desamortizándose en 1835. El convento fue derribado, devolviéndose el 31 de diciembre de 1851 la iglesia. Este espacio mantuvo su culto gracias al ahínco de las cofradías de Vera, que decoraron los altares con sencillas pinturas para mantener la dignidad. El templo fue recuperado por el Ayuntamiento de Vera, que realizó una profunda intervención en el mismo, volviéndose a abrir al público en 2003.

1606 Acta concesión Mínimos c

1606 título concesión convento mínimos detalle c

  1. EL PATRONATO MUNICIPAL. (imagen: Escudo de la ciudad de Vera en mármol blanco que colocó el concejo en el convento en señal de su Patronato Municipal sobre la orden).Cerradas las negociaciones para su venida, a partir de la Cuaresma de 1605 los mínimos acondicionaron la ermita de San Cleofás, convertida en convento de San Cleofás de la Victoria. En noviembre de aquel año se desplazó a Vera el corrector general, padre Pinna de Celis, quien asistió al cabildo municipal del día 6, en el cual el concejo ratificó sus compromisos protectores hacia la orden. Al año siguiente, los ediles dieron un paso más firme, al desplazarse varios representantes a Granada para negociar una más estrecha relación entre concejo y orden. El acuerdo se firmó en la ciudad de la Alhambra el 1 de octubre de 1606, fijándose que la institución religiosa quedase bajo Patronato Municipal, figura jurídica que fue ratificada 10 días después en Vera. A partir de este instante el municipio se dirigiría a los frailes “… declarándoles la obligación de los tales patronos, que es labrar la capilla mayor y entierro, hacer retablo y ornamentos. Todo lo cual dejamos quanto al tiempo y cantidad a la voluntad de la dicha ciudad, con que no pase de diez años”. Desde la creación del patronato municipal, la casa mínima de Vera quedó bajo la tutela concejil, iniciándose un largo camino de íntima y recíproca colaboración. El cabildo municipal se obligó a costear como “… tales patronos, […] a labrar la capilla mayor y entierro, haçer retablo y ornamentos. Todo lo qual dejamos quanto al tiempo y cantidad a la voluntad de la dicha çiudad, con que no pase de diez años”. Por su parte, la comunidad de religiosos se comprometía “… a conservarlo inviolablemente en la posesión del derecho que tales patronos incluyen, y a de la gracias espirituales, privilegios que por los de nuestra orden le son concedidos a nuestros patronos, y a del asiento en la capilla mayor, entierro para dichos oficiales de su cavildo, y también para sus mugeres e hijos, si a el mismo pareciese”.Como se esperaba, la institución colocó el escudo de la ciudad en la iglesia conventual, en signo de la protección que dispensaba a la orden de los mínimos. Estas piedras armeras, símbolo del Patonato Municipal sobre el convento, aún se conservan.
  2. VICTORIA SOBRE LOS ENEMIGOS DE LA FE. (imagen: La devoción a Ntra. Sra. de la Victoria está ligada a los mínimos desde que los Reyes Católicos iniciaron la guerra de conquista sobre el Reino de Granada. Talla de Ntra. Sra. de la Victoria de Málaga).La orden de los mínimos está íntimamente relacionada con el Reino de Granada desde antes de su conquista, cuando en 1487 -durante el cerco de Málaga varios religiosos consiguieron de los Reyes Católicos autorización y amparo para instalarse en España. La ocupación de la ciudad malacitana les dio la oportunidad de abrir su primera casa, en torno a una ermita que custodiaría a la Virgen de la Victoria, talla que había regalado el emperador Maximiliano a sus consuegros y que, según la tradición, les dio la victoria sobre los nazarís. Desde aquella fecha la imagen mariana se convirtió en la bandera de los mínimos, que no dudaron en bautizar sus templos bajo el título de esta Virgen. Los avatares por los que pasó el reino granadino, con el alzamiento de los mudéjares (1499) y el de los moriscos (1588), sólo potenció el providencialismo de esta imagen en relación al éxito de las tropas cristianas sobre los infieles. La militarización imperante en una plaza como la de Vera, y la genuina sociedad derivada de la misma, fue otro aliciente que tuvo en cuenta el concejo para solicitar la venida de los mínimos. Sabedor de la importancia de mantener alta la moral, así como de amortiguar la conflictividad que podría generar una sociedad tan armada, fue lo que llevó al rey Felipe III a conceder la fundación del convento de Ntra. Sra. de la Victoria. Los mínimos aceptaron esta oferta, pues consideraron todo un reto mejorar los malogrados hábitos del militarizado vecindario. Como advierte un informe de los propios religiosos: “… siendo el pueblo de más de cuatrocientos vecinos, aún entonces mucha gente de guerra, de a caballo y de a pie, y tan numerosa la de la marina, que […] el motivo a la fundación de este convento y condición de su establecimiento fue el socorro espiritual de las almas con la predicación del Santo Evangelio, administración del Venerable Sacramento de la Penitencia y consuelo de los fieles en el penoso trance de la muerte”.El fervor usado por los hermanos de San Francisco de Paula usó el preexistente en la ermita de San Cleofás. Su culto, tremendamente vinculado al providencialismo fue la mejor herramienta de trabajo de los mínimos. A él sumarían el de la Virgen, sublimándose en un sólo título para su iglesia: San Cleofás de la Victoria. Cual si de un seguro de vida se tratase, los cultos a ambas invocaciones se concentraron en el convento mínimo, convertido en el mejor esqueleto para sostener a una sociedad de cauces para su articulación mental.0024 detalle retablo moroSin título-Escala de grises-01 c
  3. LOS MÍNIMOS Y EL MAR. (imagen: Los peligros piráticos de la costa veratense se manifestaban en los retablos mínimos. Detalle del retablo del Moro que se ubicó en la iglesia parroquial de Vera).Uno de los elementos que mejor define este convento es el mar, pues se integra en la propia vida de los mínimos. La hagiografía de San Francisco de Paula relata uno de sus milagros en este medio marino, en concreto en el estrecho de Messina, cuando, para cruzar a Sicilia, se deslizó por el agua montándose sobre su manto extendido. Este discurso fervoroso se tuvo muy presente en Vera, una ciudad castigada por los ataques piráticos y que, además, contaba como fuente primordial la pesca.Otro elemento de esta curiosa vinculación marinera es la dieta de los religiosos, pues, al morir su fundador un Jueves Santo, tenían voto de Cuaresma perpetua. Su gastronomía por ello desarrolló un amplio abanico de recetas basadas en el pescado. Cuando el concejo veratense negoció su venida a la ciudad, los ediles recogieron ambos elementos vinculados al mar -religioso y espiritual- para convencerles de su venida. En 1605 las rentas que les ofrecían no deja duda: “… una plaza de una de las dichas barcas, que de lo que cada día mataban daban quatro arrobas de pescado, que tenía mucho valor. Y los armadores y arraeses daban al dicho convento media parte de las que cada semana se ganaban, que solía valer cien ducados, algo menos”.Los pescadores fueron los que más apostaron por los mínimos, sector que en 1605 desvió durante 3 años jugosas rentas para construir el templo y convento. En concreto, “… la gente de las dichas barcas ofrecían hacer y fundar en el dicho convento una cofradía, que además del bien espiritual que a ellos resultaba sería de grande aprovechamiento al dicho convento”. La corporación religiosa quedó bajo al advocación de la Encarnación, admitiendo sus reglas a patrones y armadores de barcos de las localidades de Antas, Cuevas y Mojácar. La cofradía en las centurias siguientes desarrolló una serie de oficios a San Antonio de Padua, cuya capilla la presidía un óleo que en 1838 pertenecía al gremio de mareantes.La segunda relación de los mínimos con Vera es la protección que la orden dispensaba a la ciudad de los peligros costeros. El proceloso Mar de Alborán y sus playas -llamadas Costa de los Piratas- era el medio de donde venían los problemas. El miedo a un ataque corsario articuló todo un estilo de vida fronteriza, caracterizado por fomentar la guerra contra turcos y protestantes.La presencia de los frailes con sus rezos se convirtió en el mejor escudo protector de la colectividad, recordando constantemente el milagro de San Francisco de Paula, cuando su bendición bastó para repeler un ataque pirático sobre el barco que los transportaba a Francia. Fruto de la confianza en el fundador de la orden, es muestra que el castillo [que] fue construido en la testa de Cabo de Gata recibiese el título del santo de Paula.La decoración de uno de los retablos del convento veratense demuestra en buena medida esta mentalidad protectora contra los peligros del mar. El Retablo del Moro, hoy ubicado en la iglesia parroquial, es el mejor signo. En la calle central del mismo aparece la talla de una cabeza de musulmán y, sobre ella, una tabla pintada con un navío islámico enfrentado a una torre vigía cristiana. De igual modo, el fervor a Ntra. Sra. del Mar -cuya imagen contó con altar propio desde la primera mitad del siglo XVII-, llegó a invocarse, bajo el título de la Victoria, como una necesidad contra los enemigos de la fe.1771 la Jara tierra mínimos c
  4. UNA ECONOMÍA MÍNIMA.La orden de los hermanos y religiosos de San Francisco de Paula era pobre en sí misma. Sus reglas impedían grandes dispendios para los hermanos, de ahí su sobrenombre: mínimos. La economía de los religiosos se basó en pequeños ingresos procedentes de varias vías: limosnas de confesión y predicación; apoyo de las cofradías radicadas en su templo; ayudas de las personas que cuidaban en su enfermería; mandas para misas y donaciones de la feligresía. La orden tan sólo contó con un porcentaje pequeño de ingresos fijos, procedentes de las rentas cedidas por el concejo, así como del escaso patrimonio acumulado a lo largo de los años. Con esta descripción no fue fácil constituir una economía doméstica para el convento, mucho menos por cuanto los frailes debieron abrirse un hueco en un espacio ocupado por órdenes religiosas. El radio de acción territorial de los mínimos fue enorme, articulándose por todo el río Almanzora, hasta la villa de Serón, y hacia el este hasta Huércal-Overa. En esta última localidad llegaron a contar con una casa que, a modo de limosnero, permitía la residencia permanentemente de un fraile. Otra fuente de ingresos para los mínimos fue el enterramiento en su iglesia. La importancia dispensada a la muerte hizo que los veratenses buscases en este templo el mejor espacio para su trance final. El edificio se ordenó espacialmente en una jerarquía que iba desde el altar mayor -lugar privilegiado para panteón de la corporación municipal- hasta los rincones más lejanos de los pobres. Mención especial tuvo la nobleza, estamento que poseía las capillas laterales, repletas de misas perpetuas y oficios para su alma. Fruto de aquella devoción nobiliaria son los escudos que estos linajes colocaron en estas capillas privadas, y que algunos de ellos aún se conservan. Durante el siglo XVIII los frailes ampliaron sus ingresos con la enseñanza que impartían en su inmejorable biblioteca. A pesar de ello el patrimonio siempre fue modesto, disponiendo a mediados de siglo de una renta fija de algo más de 5.900 reales anuales, cantidad con la que se sostenían una decena de religiosos. Sus bienes patrimoniales fueron siempre dispersos y de pequeñas dimensiones sin orden lógico de ubicación. Durante la desamortización se contabilizaron 8,76 hectáreas de tierra no muy productiva (en total 32,5 hectáreas de secano y sólo una de regadío).8. LA RELIGIOSIDAD DE VERA Y LOS MÍNIMOS (El Cristo de la Misericordia, venerado en la iglesia parroquial de Vera, fue una imagen muy querida por los mínimos).Una muestra imperecedera del paso de los mínimos por Vera es, sin duda, el fervor que articularon entre su feligresía. San Francisco de Paula concentró todo el ahínco de los religiosos, manifiesto en la proliferación de imágenes y estampas de devoción privada que proliferaron por doquier. El santo llegó a contar con una Hermandad de la Orden Tercera de San Francisco, fraternidad que ya existía en 1647. Con motivo de la elevación del nuevo templo, el 10 de agosto de 1662 esta corporación religiosa consiguió en la iglesia conventual una capilla y enterramiento al lado de la epístola. Posteriormente encontraron el apoyo en la familia Ximénez-Castañeda, cuyo linaje se convirtió en el principal benefactor de la capilla. El culto al santo de Paula se extendió por el área de influencia de los mínimos, teniendo constancia de la elevación de capillas en las iglesias de Serón, Abla o Huércal-Overa.Entre las advocaciones marianas del convento más importantes se encontraba la Virgen de la Concepción, que se vinculó a la Cofradía de la Limpia Concepción, ya existente en 1626. Su capilla aún puede identificarse en la iglesia por los motivos de las letanías lauretianas que la decoran. Otra devoción popular fue la Virgen de la Encarnación, cuya cofradía, vinculada a los armadores y patrones de barcos, tuvo un carácter gremial comarcal. Por último, Santa Ana, la madre de la Virgen, también contó con capilla propia, imagen que estuvo bajo la protección de la familia Haro.Los mínimos potenciaron la Semana Santa de Vera muchísimo. El propio ayuntamiento colaboró, como patrono del convento, a resaltar las ceremonias pasionistas de la iglesia conventual, contribuyendo económicamente. De las imágenes de mayor fervor estaba un Cristo de Ánimas que recibió el nombre de Cristo del convento. En torno a su culto la feligresía fundó el 18 de mayo de 1655 una Hermandad del Santísimo Cristo, teniendo por festividad más señera la octava de la Trinidad, en donde la talla salía a la calle. En su estación de penitencia se realizaba una ceremonia señera en la fachada principal de la iglesia conventual. Esta efigie aún se conserva en la iglesia parroquial de Vera, recibiendo el título de Cristo de la Misericordia.Sin embargo la imagen que mayor debe a los mínimos es el Nazareno. Su talla fue donada el 28 de septiembre de 1714 por Dª Isabel Segura Campoy, al establecer que “… una imagen de Nuestro Padre Jesús que tengo que se ha de colocar en el altar mayor de la iglesia de dicho convento, y permanecer en él para siempre, por ser así mi última voluntad”. Su ubicación en un lugar tan señalado no tardó en adquirir un fuerte ascendente entre la población, constituyendo rápidamente una Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, la cual hizo estación de penitencia por las calles veratenses el Jueves Santo. Tan peregrino fervor hizo que los mínimos trasladaran la imagen pasionista a la capilla de San Francisco de Paula, por morir éste el día que salía en procesión este Cristo.

    De enorme arraigo en Vera fue el Santo Cristo de Vera, que contaba con altar privilegiado. Su fervor era tal que prácticamente no hubo testamento ni manda vecinal que no dejase algo a este crucificado. La imagen estaba representada por un óleo del Santo Cristo de Cabrilla, iconografía andaluza del Santo Cristo de Burgos que tuvo especial arraigo entre los ganaderos. Este lienzo aún se conserva en la iglesia parroquial de Vera. Junto a esta imagen, San Blas y San Bartolomé, este último representado en un gran lienzo que se conserva en la iglesia parroquial, también fueron dispensados por el cariño de la feligresía. Al lado de estos santos, durante el siglo XVIII se incorporaron óleos de San Vicente Ferrer, del beat franciscano Nicolás Factor, de San Antonio de Padua -vinculado a los marineros- y los beatos mínimos Gaspar Bono y Nicolás Longobardo. Estos últimos debieron colgarse en el templo conventual con motivo de su beatificación por el papa Pío VI, el 27 de agosto de 1786, fechas en las que se reformaba el templo.

    9. ESTUDIO, SABER Y APRENDIZAJE EN EL CONVENTO.

    El aprendizaje fue una de las actividades más notables en el convento de Ntra. Sra. de la Victoria, no sólo para los frailes sino para los vecinos del entorno. Gracias a la importante biblioteca, los religiosos estaban al día en conocimientos y los transmitían a su alumnado. Gracias a su biblioteca, la comunidad constituyó un núcleo de estudio donde se enseñaba gramática y latinidad, constituyendo un centro de primeras letras y formación secundaria de la mayoría del vecindario veratense y su entorno.

    Convertido en uno de los focos de estudio y aprendizaje más señeros de la Axarquía almeriense, no es extraño que los religiosos participasen en el siglo XVIII en los movimientos culturales de la época. Su capacidad reflexiva, por ejemplo, estuvo presente en el grupo de pensadores de la Ilustración que hubo en la ciudad. Muestra inequívoca es su activa participación en 1774 en la fundación de la Sociedad de Amigos del País de Vera. Entre los socios de esta institución sobresalieron fray Manuel de la Zerbilla y Trapera, lector jubilado y corrector del convento; el padre predicador, fray Juan Pérez, y fray Bartolomé de Salas. Con el tiempo se sumaron a los debates otros hermanos, destacando sobre todos fray Pedro de Torres. Nacido en Vera, el ingreso en este convento le sirvió no sólo para desarrollar sus potencialidades sino que también forjó sus destrezas intelectuales a la sombra del buen plantel de maestros. El padre Torres asistió a la fundación de la Sociedad de Amigos del País de su pueblo natal, trasladándose posteriormente al convento de Ntra. Sra. de la Victoria, de Úbeda. Pese a la lejanía continuó en contacto con el movimiento intelectual veratense, centrando sus trabajos en la reforma agrícola. En 1773 se trasladó al convento de Ntra. Sra. de la Victoria de Almuñécar, en cuya localidad experimentaría sus teorías agronómicas que luego compartía con sus colegas de Vera. En 1775 publicó su primer trabajo, obra escrita como contestación a su nombramiento como socio correspondiente de la institución veratense. Influenciado por las luces veratenses, el padre Torres fundó en 1777 en Motril una Sociedad de Amigos del País, alcanzando diversos cargos en la misma, entre los cuales estuvo el de Director. De su valía como intelectual da cuenta que uno de sus trabajos fuese premiado en Madrid, publicándose en 1787.

    La importante biblioteca de los mínimos, símbolo del saber y centro de estudio de esta tierra, fue incenciada por las tropas francesas en la Guerra de la Independencia.

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