ORIGEN Y PROLEGÓMENOS DE UNA FERIA

Artículo publicado en el Programa de Feria de Vera de 2019

 

                                                                                                   Gabriel Flores Garrido
Un hecho inquietante que pudo suponer la destrucción de Vera y la muerte de buena parte de sus habitantes fue, paradójicamente, el origen de días festivos que todavía perduran para disfrute de veratenses y foráneos.
Me refiero al cerco de Abén Humeya, que desde el día 24 de septiembre de 1569 amenazó con tomar Vera para que sirviera de puente a nuevas invasiones árabes. Afortunadamente, las tropas de la ciudad hermana de Lorca llegaron antes de que Vera cayera, forzando a los sublevados a levantar el acoso. La situación llegó a ser tan grave, y la ciudad quedó en un estado tan delicado que, don Luis de Requesens, militar que junto a don Juan de Austria sofocó la rebelión del morisco alpujarreño, dirige una carta al rey, fechada el 27 de septiembre de 1569, en la que describe a Felipe II la precariedad en la que quedó Vera, y le hace ver la justicia de auxiliar a la ciudad porque, “ los veçinos de la dicha Vera lo mereçen aviendo assi, en esta ocasión como en otras, mostrado el valor de sus gentes y servido como muy buenos y leales vasallos a V. Magestad”.


Para enmarcar el día y agradecer a quien ocupaba ese lugar en el santoral, el Concejo decidió nombrar a san Cleofás patrón de la ciudad, y que se celebraran festejos en su honor. San Cleofás, humilde en la historia puesto que son pocos los datos que se tienen de él, es, sin embargo, importante en su significado, ya que fue uno de los primeros en ver a Jesús Resucitado además de ser, según antiguos escritos cristianos, hermano de José de Nazaret, esposo de la Virgen María y, por tanto, tío político de Jesús.
Si Verona tiene una muestra de amor imposible con Romeo y Julieta, por la desavenencias entre Capuletos y Montescos, y Teruel tiene otro amor incomprendido con sus amantes Diego de Mansilla e Isabel de Segura, Vera tuvo también su prueba de amoríos apurados, aunque en esta ocasión con final feliz: en pleno acoso a su muralla, la recién terminada Iglesia Parroquial era escenario de un gesto de amor entre dos veratenses que, por el inminente peligro y, probablemente, ante la posibilidad de morir, quisieron sellar su cariño contrayendo matrimonio en medio de la incertidumbre de la batalla. Así lo testimonia el párroco en 1569, cuando deja escrito que ”en 24 de septiembre del dicho año, desposé y belé a Salbador Calbete y Catalina López, fueron padrinos Martín Gómez y su mujer. Testigos, el jurado Soto y Bartolomé Mellado, regidor”, dejando Salvador y Catalina una muestra de esperanza en medio de la angustia que se vivía.


Todo esto nos conduce a la feria tal y como hoy la vivimos, aunque en sus inicios esta no fue concebida como fiesta, algarabía y diversión. La celebración era mucho más sobria y austera, ciñéndose a “sermones, discursos y actos religiosos”. Pasados unos años, fueron desarrollándose algunos festejos con los que, en ocasiones, no todos los regidores del Concejo estaban de acuerdo, dependiendo su conformidad de la situación que la ciudad atravesara.
Así podemos comprobar que, por distintos motivos, la feria no siempre gozaba de viento a favor. En 1595, el alcalde mayor Vigil de Peralta, recibe la noticia de la amenaza de un ataque árabe y ordena un alarde para el día de san Cleofás, con el fin de saber la gente disponible para la defensa y las armas con las que contaba la ciudad. Precaución que debía tomarse ante la sospecha de una agresión. Es de suponer que aquella alerta y la preocupación vivida acabaría con las ganas de diversión que aquellos antepasados nuestros tenían merecida, por el duro día a día al que se enfrentaban.
Un año más tarde, el procurador de Vera, Luis de Cárdenas, informado del peligro de un ataque por mar, ordena, a pesar de estar la ciudad en días de feria, que “no andéis de noche con guitarras dando músicas ni haçiendo rruidos ni alborozos ni escandalizando el pueblo”. De esta manera, el procurador intentaba no alertar al enemigo y mantener la atención ante esa temida agresión de un nuevo asalto a sus murallas.
No siempre la causa de que se malograra la feria era bélica; la mayoría de las ocasiones, el motivo principal de discordias en las opiniones y de dificultades en su organización era la falta de medios económicos. El 30 de agosto de 1598, los regidores de Vera, Antonio Fajardo y Martín de Teruel, junto con el jurado Martín de Haro, presentan su protesta ante el resto del Concejo, presidido por Andrés de Álava, por la aprobación de un gasto de 400 reales para celebrar fiestas y juegos el día de San Cleofás. Apoyan su desacuerdo en el hecho de “tener muchas cosas a que acudir con ellos como es reparar los muros que se van cayendo”, además, piden que ese importe se destine a pagar parte de los “más de mil ducados a particulares como son los letrados que cada día hazen costas… al procurador, las velas de la campana, el médico, ofiçiales y asalariados de la çiudad”.
Las dificultades económicas seguían estando presentes casi dos siglos más tarde cuando en 1773, Manuel Becerra, contador general del reino, autoriza un pago de solo “ciento cincuenta reales para Misa, Sermón y Cena, solamente y sin exceder”. Sobraba la advertencia del contador general porque, con el importe autorizado para el festejo, pocos excesos se podían cometer, por mucho que el Concejo pretendiera estirar tan escaso presupuesto.
Así, entre estrecheces, dificultades y alegrías, la feria va viendo pasar los años y es en el siglo XIX cuando parece estabilizarse su celebración. No obstante, la poco boyante tesorería municipal, sigue siendo el gran obstáculo de las autoridades locales a la hora de establecer un programa de actos que dejara satisfechos los deseos de los veratenses, y de los pocos visitantes que en la época podían desplazarse, y menos por motivos de diversión, puesto que la penuria era mucha y las necesidades otras.
En su afán por mejorar las condiciones del espacio que acogía la feria y hacerla más atractiva, en 1862 se construyen 40 casetas que salieron a subasta para que el ganador de la puja las subarrendara a los que acudieran a ella con sus negocios de venta y ocio, y así sacar un beneficio económico. El arrendamiento se hizo por diez años, aunque en 1870 no se pudo celebrar al ser suspendida por el temor al contagio de cólera a causa de una epidemia que se extendía desde hacía semanas.
No siempre la feria ha estado ubicada en el mismo lugar: las plazas del Sol, Mayor y del Mercado con las calles aledañas han sido escenario de ella, además de la Glorieta, que, con motivo de su inauguración en 1878, se trasladó allí durante algunos años, aunque más tarde volviera a su origen en la plaza del Sol. En ninguna de ellas faltaba lo que en los programas figuraba como “función de pólvora”, que todos los años se convertía en el acto central de los festejos y en ocasiones alcanzaba dimensiones sorprendentes, como la del año 1878 para la que se presupuestaron 1.800 reales.
Por la falta de medios económicos, tanto del Ayuntamiento para organizarla como de los vecinos para disfrutarla, la feria va languideciendo y el Consistorio toma en 1891 la determinación, para estimular la visitas de forasteros, de construir un “bonito kiosco Chalet estilo suizo que sirva de atractivo, animación y recreo para los concurrentes a la feria” en la plaza del Sol, que fuera el punto central del recinto. No existen datos de su descripción ni del posible éxito que pudiera alcanzar, aunque sospecho que no debió de cumplir los objetivos marcados por los regidores municipales, ya que no se vuelve a hablar de él ni se tienen noticias de que se construyera en años sucesivos.
De manera vacilante, y siguiendo un camino sembrado de dudas, temores y escasez de medios, la feria llega al umbral del siglo XX en el que la situación no mejora hasta pasadas unas décadas, pero esa es otra etapa que tal vez en un futuro tengamos ocasión de hablar de ella.

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