GUITARRAS EN LA VERA DE 1595. EL SONIDO DE LA RAZÓN

Artículo editado en el Programa de Feria de Vera 2019

En el año de 1595 la ciudad de Vera ya había pasado por los tres trances que le dieron su especial carácter al sobrevivir exitosamente a ellos: los episodios de 1488, de 1518 y de 1569. El invento de la Monarquía Hispánica edificado para ser la defensa y llave del reino de Granada y, por ende, de Castilla, había funcionado: las fortalezas de Vera, Mojácar, Cuevas del Almanzora…, seguirían defendiendo España del peligro que amenazaba allende los mares. La población veratense vivía a resguardo de la muralla que daba forma cuadrada al fortín y que tanto había costado construir bajo los criterios del corregidor, poeta y cortesano Francisco de Castilla y Zúñiga, posible divulgador del águila bicéfala y las torres en los escudos de la Comarca y del lema Plus Ultra; de la España que fue imperio (Las Españas) antes que nación histórica y política.

Los militares, hasta bien entrado el siglo XVIII, eran la razón de existir de la Ciudad, y en torno a ellos se articuló todo el engranaje social de aquel momento, creándose oficios para su sustento: grandes y pequeños propietarios de ganado, tierra y agua, pastores, pescadores, herreros, hiladores, salitreros, atocheros, carpinteros, miembros del concejo, sacerdotes, etc. Y para domar el vanidoso y violento carácter de los soldados, los Padres Mínimos llegarían en 1606, verdadero revulsivo económico de una fortaleza que sería olvidada con el paso de los siglos.

Y en eso andaban los de Vera, respirando las inquietantes y silenciosas noches de septiembre de 1595, cuando el día uno, por testimonio del procurador síndico de Vera, Luis de Cárdenas, se informa al capitán de la gente de guerra de Vera, Ambrosio de Billarroel, que tiene una carta de aviso en la que se advierte de que el rey de Argel había armado gran cantidad de galeotes para ir contra nuestra costa y que estuviesen así preparados y advertidos para la defensa de la ciudad de Vera; que sus soldados hiciesen vela y ronda en las puertas de la Ciudad hasta el alba, en los torreones de la muralla (…)

Pero para el Hombre (y, sobre todo para el que sirve de soldado) la vida y la muerte conviven y ese continuo espanto lo soporta mejor con la miajica de regocijo que su cuerpo necesita de vez en cuando. Y se le permite. Y leemos entonces que se advierte en el mismo documento que no se ande de noche con guitarras dando músicas ni haciendo ruidos, por el motivo evidente de no ponérselo fácil al enemigo bajando la guardia y permitiendo su entrada en la fortaleza. Y éste es el dato que nos interesa: que en el documento se nombra la guitarra en una fecha tan lejana como ésta. Piénsese que, en España (Barcelona), será al año siguiente de 1596 cuando se edite el primer tratado de guitarra española, del autor Juan Carlos Amat, con el título Guitarra española de cinco órdenes (o cuerdas). A la anterior en el tiempo se la llamaba vihuela, de la que también hay referencias en nuestro Archivo Municipal de Vera, asociada siempre a otros placeres nada espirituales, a reuniones de vecinos, bailes, trifulcas nocturnas, etc.

En el Tesoro de la Lengua Castellana, de Covarrubias, primer diccionario de español (1611), el autor se lamentaba de la moda de la guitarra frente a la de la vihuela o vigüela:

Este instrumento [la vihuela] ha sido hasta nuestros tiempos muy estimado y ha habido excelentísimos músicos; pero después que se inventaran las guitarras son muy pocos los que se dan al estudio de la viguela (sic). Ha sido una gran pérdida, porque en ella ponía todo género de música punteada y ahora la guitarra no es más que un cencerro, tan fácil de tañer, especialmente en lo rasgado, que no hay mozo de caballos que no sea músico de guitarra.

Buscar la respuesta a la pregunta de qué hacían estas guitarras en Vera es lo que hace despertar en nuestra imaginación hipótesis exóticas y atractivas, de evidente certeza pero de difícil demostración documental. Así, Pérez de Hita se refiere a esas zambras de música y de baile que por seguro los veratenses conocían y escuchaban para su deleite en el (o del) refundado Lugar de Antas, pueblo morisco y hacendoso, por no hablar de que esas mismas moriscas entraban a servir a las casas de los cristianos viejos de la fortaleza de Vera, fueran libres o esclavas, y mecerían a esos retoños y a los suyos propios con viejas canciones andalusíes. Por nombres de pila llevaban los de Cathalina, María, Isabel, Ginesa, Juana, Leonor… También los ejércitos cristianos habrían traído sus instrumentos musicales en la conquista de 1488.

Distinguimos, de esta manera, la música culta, la interpretada a partir de la partitura, la académica (y en Vera eminentemente religiosa y militar), de la popular, basada en melodías transmitidas de padres a hijos (del viejo cancionero cristiano) o de moriscos a cristianos (o de cristianos a moriscos, o de gitanos a castellanos nuevos, etc., etc., etc.). Así, Gabriel Flores Garrido, en su primer libro sobre la historia de Vera, se refiere a Juan López, a quien se describe en el libro de matrimonios de 1572 como maestro organista de la parroquia, relacionado, con toda seguridad, con los miembros de un supuesto coro que ejecutaba los compases de las misas cantadas a los difuntos más pudientes, dato que encontramos en sus propios testamentos.

Diego Fernández Caparrós (1703-1775), constructor de claves (antecedente del piano) hoy nos deja atónitos, sabedores de su éxito en la Corte de los primeros Borbones españoles. Y quizá esconde el misterio de algunos carpinteros de Vera, algo más que artesanos, y que parecían guardar para sí el secreto de modificar las características tímbricas de la, en nuestra tierra, escasa madera.

Siglos después, a mediados del XIX, tuvimos el honor de ser vecinos de los que fabricarían las primeras guitarras españolas al uso fijando sus rasgos actuales, a los guitarreros Antonio Ximénez Soto (20-09-1820) y al consagrado Antonio de Torres Jurado (1817-1892), constructores de guitarras como instrumentos de concierto. De haber sido testigos de ello, más tarde habríamos conocido a Pedro el Morato (1841), recuperando quejíos marginales y antiguos en la calle Almería de Vera, en Antas y en Cartagena, con su más que seguro destartalado y humilde instrumento, para convertirlos en nuestro flamenco.

La música es el sonido de la razón y, la locura, un uso patológico de la razón (J. G. Maestro). Por contra, ¿es el ruido estridente el sonido de lo irracional, de la sinrazón, de la subversión? ¿Es la cencerrada el sonido de la envidia colectiva, de lo incívico, del rumor denigratorio o de la justicia popular? Ése es otro cantar.

Lo culto y lo popular. Madera y cuerdas. Sonido o ruido. La guitarra.

Manuel Caparrós Perales

Archivo Municipal de Vera

 

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