DEL PERFECCIONISMO. ISABEL CUADRADO TONKIN

Hace no tanto una amiga muy cercana…

Hace no tanto una amiga muy cercana, y a la vez muy diferente a mí, regresó renovada, o renacida quizá, de una de esas masterclass de autoayuda (aunque sin el «auto», que por algo hay un coach o gurú que las imparte), pues bien, regresó de ese espacio irreal contenido en una pantalla de unas cuantas pulgadas –también llamado «el otro lado», expresión un tanto inquietante, a mi entender– donde tenía lugar, equipada con un lema que nos sorprendió a todos, y que ocupó por un tiempo, como una declaración de principios, su foto de perfil en WhatsApp y Facebook. La frase en cuestión -«Mejor hecho que perfecto»– no podía estar nada más lejos de la realidad, de su realidad, de su personalidad, de su biografía –como ostentosamente influidos por el Facebook llamamos ahora a la propia vida–.
Mi amiga, aunque quizá ella no lo sepa, es una perfeccionista nata. Sus proyectos, que, de puro perfeccionismo, quedan abandonados tantas veces antes de ser comenzados, son tan exigentes que rozan en la mayoría de los casos, la irrealidad; casi siempre, el fracaso. Mi amiga, por poner un ejemplo, no vive en su casa, donde el desorden se racionaliza por falta de espacio de almacenamiento, de armarios o estanterías (por poner un ejemplo). No, ella vive en el interior minimalista y ultraorganizado – a lo Mari Kondo- en que va a convertir su hogar cuando haya cambiado el suelo de parquet por tarima nórdica, los visillos por  paneles japoneses, los muebles heredados por lo más rectilíneo del catálogo de IKEA. En su irreal percepción de lo lejana que es todavía esa futura casa suya, sigue viviendo rodeada de todo lo que quiere cambiar porque sólo hay una forma de hacer el cambio, sólo hay una forma de decorar que le permitiría vivir a gusto en su propia casa, sólo hay una manera de hacer las cosas, la que ella imagina, proyecta y recrea para sí misma, sin llegar a materializar nunca: la perfecta. Y dar el paso de ese hogar real abarrotado de objetos, papeles, fotografías — sinónimo para ella, como para todos, de experiencias reales de un «cualquiera tiempo pasado» que fue mejor– dar ese paso, es una verdadera tarea de héroes.
Sí, de las de la mitología, o de aquellas que hablaba Fernando Savater allá por los años ochenta.
En el fondo todos los perfeccionistas – porque en eso sí me parezco a ella-  somos iguales. Yo vivo en gran medida en ese mismo caos y en ese quedarme «helada» –como se diría en inglés–, bloqueada, paralizada, mientras el cerebro sigue imaginando cuál será el siguiente paso, cuándo compraremos la siguiente estantería, dónde vamos a colocarla, qué libros y objetos de todo tipo va a albergar. Pero, por suerte de un terrible esfuerzo de voluntad– alguna reminiscencia de la educación recibida de mi madre — mujer de acción y abanderada, sin sospecharlo, del «mejor hecho que perfecto» — me lleva — no siempre, no tan a menudo como sería deseable– a levantarme y actuar. A decirme que ya es hora de terminar las cosas,  (materiales o no, cualquier tarea, todas, alguna) de dejar de reescribir el mismo poema, el mismo artículo que nunca publicaré, de comprar esos cojines o esos cuadros que pensaba hacer yo misma para esa pared o ese rincón.
Que es hora de recurrir a ese «talento español para la chapuza» del que hablaba Javier Marías – perfeccionista donde los haya habido – en alguna de sus columnas de domingo, y salir del paso.
Quizá mi amiga no tuvo una madre como la mía. O no leía esas columnas.
Isabel Cuadrado Tonkin
Profesora y escritora

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *