VERA A FINALES DEL SIGLO XIX

En septiembre de 2016 Juan López Soler nos sorprendía con la publicación de un artículo y unas imágenes descubiertas por él y cuya existencia desconocíamos (Libro de la Feria de Vera). Se trata de una «fotografía» instantánea de Vera del año 1897. De la descripción de una Vera pintoresca y con sabor antiguo. Agradecemos a Juan su enriquecedora aportación.

Sinesio Delgado García, médico, escritor, editor de prensa, empresario teatral, fue colaborador, director y propietario de la publicación Madrid Cómico.
Ramón Cilla Pérez, dibujante, ilustrador y caricaturista. Destacaron sus trabajos en la revista Madrid Cómico. Ambos iniciaron a principios del año 1897 un amplio itinerario por toda España que daría como resultado un curioso libro de viajes.                                      Llegaron a Huércal-Overa en ferrocarril, continuando viaje hasta Vera en diligencia a donde llegaron a mediados del mes de Diciembre, permaneciendo veinticuatro horas en Vera, de su estancia en nuestro pueblo, Sinesio Delgado escribió:
A medida que nos aproximamos a Vera cambia de condiciones el terreno, hasta venir a parar en una vega pintoresca, adornada por multitud de huertos, cuya frondosa vegetación se recorta sobre el fondo de una noche clara y serena.

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El trompeteo incesante del conductor indica que cruzamos las calles de la ciudad, estrechas y largas, y después de un sinfín de vueltas y revueltas arribamos al parador, donde habrán de cambiar de coche los infelices que sigan adelante.

Inmediatamente asalta los estribos una turba de muchachuelos que ofrecen hospedaje.    –Señorito- repite uno muchas veces como una carretilla,- ¿Se vasté a vení a la fonda de Garrucha, del Realiyo, que está aquí a la vera, y que es el pupilo más barato, y con más aseo, y más curiosidá y más too? De buena gana hubiera visitado la fonda del Realiyo, aunque no hubiera sido más que por curiosidad; pero consideré preferible quedarme en el parador de la diligencia, puesto que allí habíamos de embarcar de nuevo veinticuatro horas después. Y vive Dios que el tal parador, a tales horas, ofrecía un aspecto sui generis. Allá en el fondo de un portalón inmenso se veía la mesa puesta, bajo un farol pendiente del techo y se adivinaban en la penumbra escaleras y corredores. Por unas y otros nos condujo el guía al primer piso y nos hizo entrar en una habitación grandísima, alta de techo, con espaciosa alcoba, adornadas ambas con sillería forrada de yute, consola con floreros, mesa de mármol, portiers y todos los refinamientos de un hotel encantado. ¡Quien pensaría encontrar tantas comodidades en Vera, lejos del mundo, perdida entre las escuetas montañas! Por si semejantes gangas fueran pocas, sobre la consola había un prospecto que decía así:                               <<TEATRO CERVANTES.- Debut del primer tenor D… Fulano de Tal.- La Zarzuela en dos actos Marina.- La bonita zarzuela en un acto El tambor de granaderos.- A las ocho y media>> ¡Hay teatro, y de Cervantes, y se hacen la Marina, que requiere ejecutantes con agallas y abundante masa coral, y El tambor de granaderos, con banda de tambores, charanga militar, decoraciones complicadas y trajes vistosos! ¿Puede pedir algo más un espíritu fatigado por los paisajes áridos y monótonos? Fuimos a tomar café en uno establecido al lado del parador, frente a la iglesia, y allí nos encontramos otro cartel, mitad escrito a mano, anunciando la función en la misma forma, pero con un aditamento importante, porque a la cabeza, en letras gordas, decía: <<Debut del eminente primer tenor D…. Fulano de Tal>>. Sigo ocultando el nombre por no hacer reclamo. ¡Eminente! ¡Un tenor eminente! ¿Les parece a ustedes poca suerte la de descubrir en Vera una eminente lírica, ahora que van escaseando hasta en el cerebro de Europa?

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Llegamos al coliseo a las ocho y media en punto, tomamos una platea nada menos, para darnos siquiera una vez tono de potentados, y penetramos en el local después de forcejear bravamente con dos docenas de capitalistas de quince años para abajo que pataleaban furiosamente en la puerta empeñados en entrar gratis a ver a los cómicos. La sala, no mal acondicionada, erase completamente a oscuras y vacía. El telón estaba levantado y los carpinteros colocaban la decoración de la playa, amontonando trastos de distintas clases y colores, mientras pasaban y repasaban las coristas con los líos de ropa que acababan de recoger en la sastrería. Luego empezó a formalizarse aquello, echaron el telón y aguardamos todos, los de dentro y los de fuera, a que viniera la gente. Los palcos plateas, únicos que hay, tienen la particularidad de carecer de sillas propias, y es preciso traerlas de casa. A nosotros nos resolvió el conflicto un caballero muy amable que nos las proporcionó inmediatamente. Ya estábamos para rendirnos al sueño cuando vinieron a salvarnos de semejante falta de educación dos hermosas mujeres, morena la una  con cabellos rizados y tentadores hoyuelos en las mejillas, y rubia la otra, simpática y dulce como la miel alcarreña, que entraron en el palco de al lado.

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Vera, según las crónicas, estuvo edificada antiguamente en un cerro cercano, pero un temblor de tierra la destruyó casi por completo y fue levantada de nuevo en el sitio que hoy ocupa. Determinación acertada, que hizo de la ciudad una de las más alegres y pintorescas de la región. Figúrense ustedes un extensísimo valle, en que abundan los árboles frutales de todas clases, con infinidad de blancos caseríos con su correspondiente emparrado delante de la fachada, bajo un cielo transparente de un azul purísimo, bañado por los rayos de un sol esplendoroso y brillante; figúrense ustedes una populosa población morisca, rodeada de huertos de palmeras, y, naranjos con sus calles de casitas blancas, de un solo piso, siempre llenas de gente, y tendrán ustedes aproximada idea de lo que es Vera… en pleno invierno. ¡Ah! Porque esto de la temperatura raya en lo inverosímil. Asombra ver a las criaturas de pocos años, quince días antes de Navidad, corriendo por las calles en camisilla, y da mucho gusto buscar la sombra de los árboles cuando se tiene el convencimiento de que unas cuantas leguas más arriba se están helando los gorriones. Nosotros hemos querido hacer a pie una excursión al puerto de Garrucha, distante nueve kilómetros próximamente, y hemos tenido que volver atrás desde la mitad del camino, sudorosos, jadeantes con verdadera sofocación irresistible…Desde la especie de terraza que a la salida de la población por la parte de Oriente sirve de paseo se alcanza a divisar un panorama hermoso, cerrado a un lado por las crestas de Sierra Almagrera y limitado al frente por el Mediterráneo, donde resalta en la lejanía la nítida blancura de las velas, que, como han dicho muchas veces los poetas marítimos, parecen gaviotas.

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La iglesia de Vera, que también carece de tejado, o así por lo menos lo parece, tiene por fachada un paredón liso, de ladrillo y piedra, con algunos escudos medio borrados, y una puerta como la de cualquier casa particular. La torre no puede ser más sencilla: consta de las cuatro paredes y un tejadillo encima, sin más adornos ni floreos. El interior del templo es de estilo gótico primitivo, la sencillez misma. Resulta pequeño y pobre, pero tiene un no sé qué que incita al recogimiento y llega al alma. La Lonja, o mercado cubierto, es un edificio de época remota, restaurado y concluido en la primera mitad del siglo presente.

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Y no hay, que yo sepa, otras construcciones o monumentos que llamen la atención; pero ¿Qué falta hacen, si la atrae poderosamente el conjunto?

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Morisca es la ciudad, africanos el cielo y la campiña, moras las mujeres con sus alpargatas calzadas en chancleta, a guisa de babuchas, con sus mantones colocados sobre la cabeza, como una capucha, y sueltos después como un jaique; árabe enteramente el modo de sentarse hechas un ovillo en los mercados o en los quicios de las puertas… ¿Qué cosa más curiosa puede pedirse ni qué más característico  y más original puede desearse? ¡Bonita es de verdad la ciudad de Vera, y atractivos tiene en sí suficientes para encantar al viajero! Cuando esta provincia, completamente abandonada por el Estado en lo relativo a comunicaciones, quede gracias a la locomotora, en disposición de ser visitada y admirada como se merece, se apreciará esta belleza casi desconocida. Pero… tal vez entonces, y por ese solo hecho pierda los rasgos típicos que constituye su principal encanto. No es comparable a nada, sin ir más lejos, la alegría de los emparrados que adornan todas las fincas del valle, apoyados sobre pilares cuadrados, cubierta la techumbre de hojas siempre verdes y formando una especie de soportal bajo el cual se dedican las mujeres a sus quehaceres domésticos.

Pués ¿y los lavaderos? Forman animados grupos o lavan dentro de la acequia, recogidas las faldas más arriba de la rodilla.

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La salida de Vera en el coche correo de Almería es un cuadro digno de hábiles pinceles. Llega la diligencia de Huércal y hace parada en una plazoleta a la que corresponde la puerta accesoria del parador en que nos alojamos, con su zaguán y su patio con el emparrado indispensable. Los viajeros cambian de coche, el zagal y los mozos descargan apresuradamente la baca del que llega y trasladan los bultos a la del que le sustituye, mientras las mulas de uno y otro entran y salen en las cuadras con alegre tintineo de cascabeles y campanillas, pululan entre ambos los grupos de la gente que espera y despide a los viajeros, y la luna, brillando en un cielo sin mancha, ilumina el animado conjunto.

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Arranca el tiro de seis poderosas mulas y el pesado armatoste empieza a rodar por las calles más céntricas de Vera, entre toques de trompeta, para recoger en la administración la valija del correo.

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VERA AGOSTO DE  2016.
JUAN LÓPEZ SOLER.

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