VILLAJARAPA

El temporal de levante…

El temporal de levante me atrajo hacia la playa para contemplar el oleaje. Quise ver cómo el agua del mar se mezclaba con la de la laguna, donde patos y otras especies de aves revoloteaban próximas al cañaveral que la circunda. Éstas, gracias a sus membranas interdigitales, se deslizaban suavemente sobre la superficie buscando alimento. Sus cabezas y picos se sumergían una y otra vez siendo objeto de la mirada de pequeños y mayores. La bravura del mar contrastaba con la tranquilidad de las aguas cristalinas de la laguna. Entonces, de espaldas a ella, fijando la vista a izquierda y derecha, observé con asombro esos cinco kilómetros de costa que conforman nuestra playa de arenas finas llamada “La Almica”, playa esta dónde, según la tradición oral, desembarcó con sus naves el general cartaginés Amílcar Barca y, de ahí, supongo, su topónimo un tanto tergiversado.

Pues bien, entonces, ensimismado ante magnífico espectáculo, me vino a la memoria cómo mi padre, -corrían los años cincuenta y yo tendría tres o cuatro-, a fin de verme feliz, gracias a un amigo suyo, a la sazón conductor de camiones, le hacía el compromiso para que me montase en la berlina de color blanco de su vehículo marca “Pegaso”, y viajar con él desde Bédar, donde se encontraban las minas de mineral de hierro, hasta la tolva situada justo en el límite del término municipal de Vera con Garrucha. De esa forma, pude disfrutar al contemplar los dispositivos mecánicos de la cabina y mover el volante, claro está, con el motor parado. En la tolva, con forma de tronco de pirámide invertida, se descargaba y seleccionaba el mineral de hierro que, transportado en canastas que circulaban a través de torretas y cableado de acero, era conducido al puerto de Garrucha para su carga, por medio de una grúa, en barcos destinados a tal fin.

Atraído por la vivencia de mi pensamiento y trasladado éste al descargadero, desde allí, visualicé la imagen grabada en mi mente de esa línea de chozas de jarapa, más tarde sustituidas por casetas de madera donde la gente de Vera, siguiendo la costumbre, veraneaba durante los meses de julio y agosto. Eran otros tiempos.

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Me contaba mi querido padre que, antes y pocos años después de nuestra contienda civil, el primer emplazamiento de este asentamiento estival estuvo en la playa de Puerto Rey. Después, a finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, decenas de chozas de jarapa y alguna que otra caseta de madera se instalaron en la zona de playa cercana al puerto de Garrucha que, con el tiempo, pasó a conocerse popularmente con el nombre de Villajarapa. A principios de los ochenta, tras casi medio siglo de subsistencia, con el turismo en progresión y las nuevas infraestructuras creadas, esa tradicional forma de descanso llegó a su fin. Eran tiempos de cambio, tiempos en consonancia con el avance y progreso.

Además, ahondando en la visualización descrita, persiste en mi recuerdo el ajetreo de los preparativos del soñado viaje hacia la playa de Villajarapa. Carros tirados por mulas partían de nuestro pueblo y antes de que amaneciese el día, tras hora y media de camino que se hacía eterna, transportaban las casas de madera y otros utensilios hasta el llamado “hoyo de arena”, justo delante de la tolva de mineral. Era el sitio de descarga para trasladarlas hasta el lugar deseado, aposentarlas y acomodarlas con útiles de casa.

Asentadas éstas, las comodidades, por supuesto, brillaban por su ausencia. El espacio era muy reducido: dos catres. La cocina se situaba en la parte trasera de la caseta. La parte delantera estaba cubierta por un porche. En ella había una mesa, butacas y sillas. El alumbrado era a través de carburo, linternas y lámparas de pila de petaca. Los productos perecederos y licores eran metidos en barreños que contenían barras de hielo compradas en Garrucha. Más tarde, el hielo fue sustituido por frigoríficos de butano. Los aseos,…imagínense.

Quienes de niños, durante los meses de verano, disfrutamos de arena y playa sin limitación alguna, quienes accedíamos al “Puntalón” –playa de aguas tranquilas abrigada por el puerto- pasando por el “Arco” del muelle para bañarnos en ella debido al fuerte oleaje reinante en nuestra querida Villajarapa, quienes caminamos por el muelle subiendo y bajando escaleras para pasear y ver pescar desde las rocas a aficionados a este deporte, quienes husmeábamos en los bailes organizados en la terraza del restaurante “Los Arcos”, colindante con el muro del puerto… podemos evocar el grato recuerdo de esa tradicional y peculiar forma de veranear que, durante un tiempo, formó parte de nuestras vidas y costumbres.

De vuelta a casa, satisfecha mi curiosidad tras la contemplación del fuerte oleaje y la excelente panorámica que nos ofrecía la laguna, hablé con un amigo que, como yo, había tenido su propia experiencia. Entonces, de nuevo, este ejercicio de introspección narrado, para satisfacción nuestra, nos sirvió para recordar y reconstruir vivencias pretéritas y acontecimientos olvidados.

diego morales

Fdo.: Diego Morales Carmona

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