El agua no siempre ha tenido la consideración que hoy conocemos. Lo limpio y lo sucio respondían a otras categorías mentales que actualmente sólo encontramos en los libros o en lugares de diferente desarrollo tecnológico.
Tras un uso similar al actual durante la Edad Media, el agua en los siglos XV y XVI comenzó a no estar relacionada con la higiene, que era suficiente demostrar enseñando unas manos y unos rostros blancos (El Greco), ignorando lo que ocurriese en el resto del oculto cuerpo, lleno de insectos parásitos (incluso en el de los monarcas). Andando el tiempo la higiene se manifiesta por medio de la blancura de la ropa interior, que poco a poco, en esa demostración, va saliendo de las mangas y los cuellos como su prolongación, en forma de golillas, puñetes, etc. En los tratados de medicina de esos siglos el agua y el aire (‘las corrientes’) se consideraban peligrosos, al ser la piel porosa y susceptible de contagiarse con pestes, fiebres, fríos, etc., no conociéndose la existencia de las bacterias y los virus.
El Barroco nos ofrece, en general, un interés en demostrar salud por medio de los perfumes, de las pelucas y todo lo que fuese esconder unos cuerpos que no conocían la limpieza más que por la técnica del cambio de la ropa interior. Los médicos fueron cómplices de estas prácticas e incluso las racionalizaron conformando sesudos estudios sobre la salud. Rousseau propuso la vuelta al medio rural dada la suciedad física y moral de las ciudades.
Es a finales del siglo XVIII (y no es casualidad que en Vera en el año 1774 se construyese la Fuente de los Cuatro Caños), con influencia de las ideas ilustradas, el momento en el que cobra fuerza la idea del agua como remedio para atenuar síntomas de enfermedad mediante baños curativos, aunque todavía no por higiene (la gente se lavaba a través de la técnica del frotamiento, por medio de trapos húmedos y ungüentos). Un ejemplo ilustrativo de nuestro Archivo Municipal de Vera lo observamos en el caso de un matrimonio que intenta curar su sífilis en los baños de Archena (año 1770), o con humo (sahumerios de bermellón).
Es en el París de ese tiempo cuando comienza a descubrirse el uso higiénico del agua, condicionado por los grandes descubrimientos relativos a los daños que pueden ocasionar las bacterias y los virus en un medio sucio. Los balnearios se llenan de burguesía; las calles esconden sus desagües; la homeopatía y sus ‘diluciones’ en agua abren nuevas hipótesis curativas… El agua es vida.
El siglo XX vivirá continuamente obsesionado con los microorganismos observados en los microscopios electrónicos (el broker W.A.S.P. de Wall Street, sin mácula ni alma, el ladrón de guante blanco o el astronauta de ODISEA 2001), ignorando las ventajas de la existencia en el cuerpo humano de muchas de ellas, realidad que sólo recientemente se nos muestra a través de la publicidad. Se habla incluso de un aumento de las alergias en los niños por un exceso de esterilización, llegando los jóvenes a invertir la moda de los siglos XV y XVI: un aspecto aparentemente sucio y una piel inmaculada.
Materialización interesante del baño higiénico en Vera se encuentra en un pequeño detalle (que son los que iluminan los descubrimientos) conservado en un listado y partición de bienes del expediente formado por Domingo Martínez Flores contra don Andrés Portillo Márquez (1823): el apunte entre los objetos destinados a los herederos de un ‘bañador’. No indica si era el cobre, el bronce, la madera o la piedra la base de su fabricación. También sabemos que los más pudientes del pueblo mandaban a sus esclavos marcados y tatuados a llenar los cántaros de agua a las fuentes.
El primer ejemplo de baño lúdico lo encontramos en un expediente judicial conservado en el Archivo Municipal de Vera que, por su curiosidad, merece nuestra consideración.
Don Manuel Cortés del Águila, administrador que había sido de todas las Rentas en la Ciudad y Partidos de Sigüenza, residente en la de Vera desde 1801 como rentista protegido por el Rey Carlos IV, se quejaba el 18 de abril de 1807 ante el Alcalde Mayor de que había sido desahuciado de las casas de don Francisco Ortiz, de las que había estado pagando escrupulosamente un alquiler anual (540 reales). Don Francisco era Capitán de Milicias en la Real Encomienda de Moratalla, y hacendado en Vera. Don Manuel busca y encuentra disponible la casa del labrador Joseph de Haro, cuyas habitaciones “se lavaron”, aunque no pasó a vivir en ellas ese mismo día “por no estar enjutas las habitaciones”. Se sigue quejando de que se comenta por el pueblo lo siguiente: el dueño de la casa de la plaza Mayor la reserva para otro inquilino. Don Francisco envía una carta a su apoderado, el presbítero don Pedro Escánez Simón, para demostrar la verdad de su intención:
Muy Estimado Amigo y Dueño:
Mediante a que consta a V. tenemos determinado el que María Francisca [del Corral, 50 años, casada con Francisco Miguel Ortiz, comandante de armero] y Periquito (sic) [14 años], vayan a los “vaños del Mar”, y que es regular vayan el mes de Junio, y se estén hasta pasado Agosto, hemos determinado el que haga Vm. se desocupe nuestra casa para que ‘haiga’ (sic) lugar de blanquearla, y, una vez que ya estamos tan cerca, y tendremos que ir y venir dos o tres veces a el año, queremos tener nuestra casa para no molestar a nadie, y poder estar con toda libertad, esperando me avise Vm. cuando esté desocupada, para que inmediatamente se blanquee y componga.
El auto del Alcalde Mayor da la razón al titular de la casa y suponemos que doña María Francisca y Periquito se bañaron en las Playas de Vera ese verano de 1807, acompañados de su criado Juan Moreno [50 años]. Ella vestiría un complicado atuendo de la misma línea que los trajes de calle: una especie de vestido de franela, con corpiño ajustado y cuello alto; las mangas llegaban hasta los codos y la falda cubría las rodillas.
Cuatro años después, aterrados los vecinos más pudientes de Vera por la epidemia de fiebre amarilla (1500 muertos en 1811-1812) y llevados a la miseria por los franceses y por el ejército español, los que no huyeron a Málaga y a otros lugares se trasladaron a la calle pesquera veratense de ‘La Garrucha’, acelerando la formación de lo que en 1861 sería un Municipio y, seguramente, acostumbrándose a esos baños marinos por simple deleite.
Vera, Agosto de 2012 (Ideal Levante)
Manuel Caparrós Perales
Archivero Municipal de Vera
Excelente artículo.
Magda N. Arias