El archivero municipal del Ayuntamiento de Vera, Manuel Caparrós, en representación de la institución municipal, cedió la palabra al doctor y miembro de la Academia Andaluza de la Historia Valeriano Sánchez Ramos tras agradecer a la Diputación Provincial y al Instituto de Estudios Almerienses, representado por el coordinador del programa de actividades, el profesor y doctor Carlos Villoria Prieto, el ofrecimiento de que esta conferencia acerca de ‘La guerra morisca en la Axarquía almeriense. El cerco de la ciudad de Vera por Abén Humeya’, se celebrase e impartiese el pasado día 20 en el Convento de la Victoria de Vera, dentro del Programa de la conmemoración del 450 aniversario de la Rebelión de los Moriscos.
Comenzó el doctor Valeriano Sánchez Ramos puntualizando que, aunque tradicionalmente y en los libros de texto educativos siempre se ha denominado a esta guerra como ‘la rebelión de las Alpujarras’, para el autor sería más exacto hablar de la ‘Rebelión de los moriscos’ porque, si bien se inició desde esos lugares en el invierno de 1568, se extendió como una mancha de aceite hacia otros lugares que no pertenecían a la región montañosa, como ocurrió en el caso de Vera, Purchena, etcétera. Toda la provincia de Almería fue escenario de guerra.
Se inicia en la Navidad de 1568 la rebelión de esta ‘nación morisca’ (pueblo con características identitarias concretas, como recientemente se ha confirmado), que quedó en la Península por capitulación después de la entrada de los cristianos en sus territorios. Hablaban la algarabía (mezcla de castellano y árabe), vestían con ropas características tradicionales musulmanas, aparecen con apellidos y nombres cristianos y conservan sus nombres clánicos, tenían sus propios bailes y canciones (las zambras), etc. Esta ‘nación morisca’, cuyo término no tiene nada que ver con el del siglo XIX, llegó a existir realmente, y no encajaban en el cliché homogéneo de ‘castellano viejo’. Esa diferencia llevó a que Felipe II iniciara, en contra de lo prometido por los Reyes Católicos, por medio de decretos, una presión constante sobre estas personas y sus costumbres, empujándolas a una homogeneidad para la que no estaban preparados, como en la vestimenta (1567). Ello llevará directamente a que se inicie una conjura o sedición, en la Alpujarra, lugar con menos acceso de los cristianos viejos y en un medio montañoso favorable. El objetivo era volver a adquirir por concesión de Felipe II las mercedes de que disfrutaron en el tiempo de la conquista, un siglo antes, y conseguirlas en breve espacio de tiempo. No se planteó una guerra tan larga ni tan trágica.
Se extiende desde la zona granadina hacia Almería, zonas de Gérgal, la solana de la Sierra de los Filabres…
Un sector de los rebelados desechó una rebelión breve para convencer al rey de sus legítimos derechos y comenzó a plantear la posibilidad de que la guerra les trajese la creación de un nuevo reino, y se corona a un valorí, de la familia de los Humeyas de Córdoba, Fernando de Córdoba y Válor, que adopta un nuevo nombre, musulmán, y ello originó una nueva guerra civil entre los descendientes de los Omeyas de Córdoba y los Nazaríes de Granada (Boabdil). Los primeros consideraban que los segundos había sido pusilánimes frente a los cristianos.
Las medidas adoptadas en Vera y Mojácar eran preventivas, pero no hubo revueltas, solo un intento en Serón, de poca importancia. Todo eso no era nada comparable a lo que ocurrió en el Almanzora; otro lugar que despertaba la preocupación de Felipe II era Almería y su costa, a punto de ser vencida por las tropas rebeldes, el día 2 de enero de 1569, en las cercanías de la Alcazaba. En ese momento Almería pide ayuda a Murcia, capitanía general del ejército. En esos momentos el marqués de Mondéjar se encontraba en serios aprietos en la zona de Lajarón, Órjiva, etc. El capitán general del reino de Murcia, adelantado, el marqués de los Vélez, don Luis Fajardo, avanza desde el castillo de Vélez Blanco, con tropas murcianas cercanas, y comienza a desplazarse hacia Almería.
En Olula monta un campamento y algunos veratenses marchan allá para luchar, tal era la tranquilidad que reinaba en Vera y su tierra, pues no creían que sus moriscos se fuesen a rebelar. También llegaron de la zona de Baza otros aventureros. El fin era despejar el alfoz de la ciudad de Almería y evitar la revuelta. La guerra se llega a extender incluso hasta cerca de Málaga, pero no llega a Córdoba o Sevilla.
Se desconoce si el grandísimo ejército cristiano de 2.000 hombres (avanzando 20 leguas por día) en ese desplazamiento, por falta de documentación, si este alarde disuadió a los moriscos de la zona del Almanzora para un posible levantamiento. Pero dado que numerosos soldados de Vera fueron a luchar fuera de su tierra, suponemos que los moriscos del lugar eran ‘moriscos de paces’, o pacíficos, de lo que se desprende que no había una ideología compacta o uniforme y que hubo durante ese siglo una significativa aculturación entre los moriscos que no se rebelaron. Y debemos pensar que todo el alfoz de Vera era morisco.
Las autoridades que gobernaban en la Axarquía almeriense en ese tiempo eran: Agustín Méndez de Pardo (Alcalde Mayor de Vera), el castillo de Cuevas de la casa Fajardo (Diego Teruel Marsilla lo gobernaba) y Baltasar de Cintas en Mojácar. A ello sumamos los lorquinos, todos ellos ojo avizor frente a la sublevación.
Felipe II consideró esta rebelión (sentimiento reflejado en la correspondencia que se ha conservado de la época) como un agravio, porque eran sus propios súbditos los que se levantaron, lo que sumado a las muchas guerras que mantenía a lo largo del mundo, lo ponía en un serio aprieto.
Pasados los primeros meses, en el verano del 69, batiéndose en Lanjarón y frenando el ataque de tenaza del marqués de Mondéjar, Abén Humeya cambia de estrategia: abrir nuevos focos rebeldes en otras partes del territorio y aflojar la tenaza enemiga. Pone sus ojos en la zona de los Filabres y del Almanzora, el camino que llevaba al control de la costa de Vera y Mojácar, bastión necesario para recibir la ayuda norteafricana e incluso turca. Vera, así, comienza a estar en peligro. Abén Humeya casa con la hija de un dirigente del valle del Almanzora y se corona rey en Purchena, bajo grandes fastos populares. Ello le facilita sellar alianzas con los líderes moriscos del Almanzora, lo que hace desplazar la guerra a la zona del Almanzora para liberar esa tenaza militar a la que estaba sometido su ejército, por tener que atender a otras zonas. Así, esta revuelta morisca comienza en Purchena y, río arriba y río abajo, comienza a extenderse a otros lugares. Cuando la revuelta cae y se inicia en Zurgena se encienden todas las alarmas para Vera. Se levanta un ‘presidio’ o guarnición de soldados musulmanes allí mismo, en junio y julio de 1569.
Los moriscos por Oria intentar extender la revuelta a los Vélez y los lorquinos lanzan ataques desde Vélez Rubio y Vélez Blanco hasta liberar Oria, desde el norte. En esos momentos Vera todavía no era objetivo militar, sino zonas de más población morisca, del norte de Murcia, con la intención de conectar después con Valencia. De haberlo conseguido la corona se habría encontrado con un grave problema, ya con implicación de otros reinos. Ésta, en previsión de que los moriscos bajaran hacia el sur, hacia la costa, información contenida en cartas tratadas por el investigador (escritos de espionaje), entra en juego el Teniente General de la Marina Española, don Luis de Requesens, con la flota española atracada en Cartagena. Vera es pertrechada con galeras desde Cartagena hasta el fondeadero veratense, entre mayo a agosto de numerosos pertrechos (pólvora, alimentos, etc.), deuda que Vera mantendrá durante muchas décadas después. A ello se suma que Estambul (el sultán era Selim II), interesada en que en este extremo del Mediterráneo hubiese conflictos con el fin de conquistar lugares de su interés, como Chipre, comenzara a interesarse por la guerra y a enviar soldados de alto rango y asesores para dirigir la guerra de los moriscos.
El capitán general del Almanzora, Hernando Aljabaquí, es nombrado por Abén Humeya como embajador para que viaje al norte de África para conseguir armas. Y se cerró el trato en Túnez con Ochalí Pachá, que necesitaba una cabeza de puente en la costa española para cuando fuese a desembarcar. El 13 de agosto de 1569 se firma el documento que asegura esa colaboración. El 29 de agosto Selim II da el visto bueno para hacer posible esa cabeza de puente, que sería la costa de Vera, tal como habían solicitado los moriscos al sultán (según documentación consultada en los archivos de Estambul). Con esta pretensión entra en peligro el equilibrio político nada menos que del Mediterráneo, pues hasta ese momento el control del mar por occidente lo tenía Felipe II y el oriental el imperio otomano.
Contextualizando esta situación, y considerando que muy posiblemente la flota otomana era superior a la flota española, en esos momentos localizada casi en su totalidad en la India, sin contar con la fiereza de los jenízaros como soldados, notamos el gran peligro si le sumanos que los galeones españoles, dada la profundidad de su quilla y otras características, no maniobraban bien en el mediterráneo, con lo que las galeras (una especie de buque anfibio versátil, con cañones frontales, con velas y galeotes remeros), más ágiles, eran las que debían protagonizar las acciones necesarias, inferiores frente a las naves turcas de aquel momento.
En septiembre se mueve otra ficha: Abén Humeya coloca en Lubrín su Estado Mayor. El líder de allí, El Chiquí, lo ampara y a sus tropas, que están llegando en masa desde las Alpujarras. Y comienzan los escarceos. ‘El Negro’ de Zurgena ataca Arboleas, batalla que pierden los moriscos. Pero es un tanteo para comprobar cómo responde el poder de la tropa enemiga. Un morisco de Overa, Ponce, comienza a asaltar a todos los arrieros que llegan de Pulpí, Overa. Se intenta así, aislar la Axarquía de Murcia, de donde les podía venir la ayuda.
Vera decide también realizar operaciones de castigo a los pueblos y aldeas cercanas: a Antas, a Bédar… Esos moriscos capturados son vendidos en el gran mercado de esclavos de su tierra, ganados de cabras y ovejas, mazos de seda, etc. Diego Teruel, el Alcalde del Castillo de Cuevas, también se enriqueció enormemente en este momento, requisando ganado encerrándolo en el castillo y capturando personas, quizá observando con desconfianza los movimientos que estaba realizando Vera, ya pertrechada para lo que pudiera venir… Era el momento de las cabalgadas, y era la segunda semana de septiembre.
Abén Humeya comienza a realizar movimientos de distracción con su ejército. Requesens ordena que Cartagena envíe galeras de la Marina española (protagonistas de Lepanto en 1571) a vigilar la costa para interceptar barcos, esperando una posible flota. Sancho de Leiva es el general que las mandaba.
Méndez de Pardo, Alcalde de Vera, ordena el 19 de septiembre reforzar y entrenar hacia el sur (Almería) el sistema de almenaras o torres de vigilancia costeras (con torreros), atajadores (soldados a caballo que avistaban los peligros), avisados del inminente peligro, y estancias (cortijos situados entre torres). Y, efectivamente, a los Alcaldes de la Axarquía se les ordena que vayan manteniendo y preparando el sistema de las torres, que consistía en comunicarse unas con otras por medio de espejos durante el día y hogueras de hachos de esparto durante la noche, para avisar de los peligros que llegaban y poder dar una respuesta militar a tiempo.
El día 20 se prueba el sistema de almenaras hacia el norte, con Lorca, para engrasar el sistema. Un bonito ejemplo del temor de aquellos años y del sistema de almenaras de la costa lo observamos en el cuadro del ‘retablo del moro’, que se encuentra en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Encarnación de Vera.
En la noche del 23 de septiembre, el capitán de Vera Martín Lorite pasa Cartagena y advierte por los espías que “todo está al caer”. En la madrugada del 24 de septiembre Abén Humeya corre la Ballabona, entra con un ejército morisco con gentes de los Filabres, del Valle del Almanzora y de la Alpujarra con los mejores capitanes de su ejército, y al mismo tiempo recibe las críticas de sus generales, que esperan con temor los acontecimientos mientras ven que se quedan sin munición ni víveres, derrotados en numerosos enfrentamientos y esperando aún el apoyo de los turcos. En este momento Abén Humeya se dirige al lugar en el que menos guerra ha habido, para no despertar sospechas, creyendo estar acertando; hacia Vera. A las 8 de la mañana del día 25 (que más tarde se convertiría en el municipio como festividad de san Cleofás, en recuerdo de la batalla), comienzan a cantar a bailar y a pedir a Alah la victoria, animados por los muyaidines, y, con coronas de flores en la cabeza, se les promete el paraíso en caso de morir en la batalla. Y se lanzan al asalto. Las descargas de arcabucería comienzan a las 8 de la mañana y se lanzan sobre la ciudad de Vera. Los vecinos comienzan a recogerse en sus murallas. Humeya se coloca, posiblemente, con sus cañones, en un pequeño montículo cercano a la muralla, denominado en el plano de Coello de 1855 como ‘Cerro y Casa del Salitre’, y desde allí disparan.
El Alcalde mayor, Méndez de Pardo, escuchando la misa de alba, a las 8 de la mañana, reacciona rápidamente y ordena tocar a rebato y reforzar el punto de la muralla por donde con seguridad los moriscos podían entrar, en la parte norte de la muralla, mandando escaramucear. Manda veredas a Lorca, o mensajeros a caballo para pedir ayuda. No se han utilizado las almenaras porque el ataque no ha venido por la costa, sino desde el interior.
Escaramucear consiste en un tipo de guerra ya utilizada por Alejandro Magno y el Gran Capitán, a principios del siglo XVI, y que dio el poder militar a España durante dos siglos. Los soldados se agrupaban, ya con arcabuces, ya con lanzas o picas, formando una especie de puerco espín constituyendo un espacio cerrado difícil de romper, en cuyo caso abría la formación la caballería desde la retaguardia, cargando contra el enemigo. Agachándose las primeras filas de soldados daban ocasión a los posteriores para disparar contra el contrario.
Avisadas las tropas lorquinas no tardan en ponerse en marcha y acudir a Vera. Desde Murcia sale otro contingente, que no llega a entrar en Vera, permaneciendo en Pulpí, acción muy criticada posteriormente, por achacarle cobardía. Abén Humeya, al ser avisado de la llegada de los cristianos, huye hacia Cuevas, produciéndose allí un saqueo en toda regla por los soldados cristianos, terminando así la aventura de esa rebelión pocos meses después.
Abén Humeya muere el 20 de octubre, asesinado, en Laujar de Andarax.
El resumen de la conferencia ha sido elaborado por el archivero municipal del Ayuntamiento veratense, Manuel Caparrós.