Siempre me ha gustado la estilográfica y la cuartilla para mis propias notas o para escribir sobre cualquier asunto o tema. También, cómo no, la máquina de escribir; pero, como aclaración, aún más, lo primero. Cuando a finales de la década de los setenta y comienzo de los ochenta tuvo su aparición el ordenador haciéndose imprescindible en el trabajo y en la vida de los ciudadanos, así como soporte en colegios públicos, gracias al Plan Alhambra, el trastorno que me ocasionó su aprendizaje, en realidad, no tuvo ni tiene parangón. Desconocía, entonces, los iconos y barras de herramientas que aparecen en pantalla y procesador de textos, así como algunas teclas del teclado, como el Intro, Ctrl, Insert, …Por ello, pues, tenía que pedir ayuda y más ayuda a mis compañeros. Por mucho tiempo, creo que hasta hace poco, lo deseché como medio de trabajo, no siendo este instrumento objeto de mis preferencias. Me desesperaba cuando los renglones saltaban; cuando se me perdía lo que escribía y tenía que volverlo a escribir y… ¡para qué seguir contando! Mi impotencia no tenía límites y cogí aversión hacia él, recurriendo, una y otra vez más, a la vieja máquina de escribir o, como he dicho antes, a lo que más me gustaba: la estilográfica.
Como consuelo, sirva como anécdota la que me comentó un amigo cuando se trasladó a Madrid para la realización de un cursillo sobre nociones básicas de aprendizaje en el uso de ordenadores, ya que en su oficina los habían instalado como medio de trabajo: “El profesor que impartía clases a alumnos, entre los que se encontraba mi amigo, día tras día, les decía: -Señores, hay que abrir la ventana…- y, uno de ellos, atolondrado, aburrido y negado al aprendizaje, con todo respeto y educación, le dijo: – Señor, si sigue Vd. hablándome de ventanas, por ésta, donde me encuentro, me tiro yo. ¡Esto no está hecho para mí!-”. Ni que decir tiene el jolgorio que se montó en clase.
De vez en cuando, para no perder mi relación con la enseñanza, me reúno con mis colegas de profesión, algunos jubilados y otros en activo y, como de costumbre, entre nuestros temas de conversación, que no son pocos, esto que comento suscitó nuestro particular interés, además de servirnos de estímulo y entretenimiento en nuestra plática: las “nuevas tecnologías” y su influencia en personas de avanzada edad.
Pues bien, durante el coloquio, retrocediendo en el tiempo y sirviendo como ejemplo la imprenta, comentábamos el lento y parsimonioso proceso que llevaba aparejado publicar un artículo periodístico. Había que escribirlo a bolígrafo en una cuartilla, o bien con máquina de escribir, con el engorro que llevaba aparejado la corrección de errores a la hora de teclear. Después, enviarlo por carta a la dirección del periódico. Una vez allí, el impresor, tras diagramarlo, en su antigua imprenta, colocar, con perfecto ajuste, los tipos o piezas metálicas, para, impregnadas en tinta éstas, ser transferidas al papel, a fin de ser impresas.
Hoy por hoy, esa imprenta a la que hacía referencia en el párrafo anterior, gracias a la impresora, la tenemos en casa.
Al hilo de lo que decía al principio, ante mi negativa a la utilización del ordenador, he de confesar, en honor a la verdad, que, con el tiempo, he aprendido un poco, muy poco sobre su uso y, de ahí qué, a la hora de escribir esto, a fin de publicarlo en IDEAL @LEVANTE y www. elindalico.es, no puedo entregar el texto a ambos periódicos en un folio o cuartilla. He de hacerlo en el ordenador. También, he aprendido a imprimirlo para dar copia a algún que otro amigo, y a mandar el archivo por correo electrónico a su destinatario. Creo que si a eso añadimos lo de copiar y pegar, el avance de mis conocimientos, por ahora, ha llegado a su fin.
Dicho esto, decir a mis lectores que ya no soy tan reticente al uso de las nuevas tecnologías y que, ahora, me encuentro más proclive a su uso y disfrute. Decirles que sé que el GPS, la consola, el ordenador, el iPad, la telefonía móvil, las redes sociales…se han hecho consustanciales con nuestro “modus vivendi” y que los conocimientos y técnicas científicas aplicadas a la resolución de problemas que afectan a la sociedad, es decir, la Ingeniería, hacen que el progreso sea imparable. También sé que disciplinas como la robótica, la cibernética y la telemática, con sus aplicaciones, contribuyen al diseño y manufactura, partiendo de sistemas electrónicos y mecánicos, de medios y utensilios que favorecen y mejoran nuestra forma de vida; pero, aun así, por razón de costumbre y estilo, con claridad meridiana, sé que nunca renunciaré, como decía al principio, a las herramientas que, en el devenir de mi existencia, utilicé; es decir, aquellos útiles, tan afectivos para mí, de los que tanto me serví y, por supuesto, aproveché.