¡Si las paredes del derruido colegio hablaran, cuántos recuerdos en el devenir del tiempo nos invadirían!
Así comienzo esto que escribo para decir que no fui alumno de este emblemático Centro Educativo por razón de edad, inaugurado a principios de la década de los sesenta, concretamente el curso escolar 1.962-63, para concentrar las escuelas unitarias diseminadas de nuestra población – situadas unas, en Placeta “El Berro” y, otras, en “El Pósito”, así como las de los Pagos Amarguillos, La Jara, El Real de Vera y El Esparragal – en una Escuela Graduada bautizada con el nombre de C.P. “REYES CATÓLICOS”.
Cuando este gran colegio comenzó su andadura, tenía doce años y estudiaba Bachiller Laboral en el Instituto “Fernando el Católico” de nuestra ciudad. Por tanto, como acabo de decir, no fui alumno del mismo; pero, sin saberlo, el destino me tenía deparada una sorpresa: ser, durante treinta y seis años, miembro de él en mi condición de maestro de Enseñanza Primaria. Anteriormente, había estado tres, en Almería y, uno, en Alicante.
Pues bien, casi cuatro décadas al servicio de la Educación en este gran colegio son muchos años para el recuerdo de situaciones pretéritas. Si tuviésemos que reconstruir las vivencias pasadas, por supuesto, nadie de su Comunidad Educativa – alumno o profesor, padre o madre- estaría exento de emitir cualquier juicio, anécdota o detalle sobre él o haber dejado su impronta en algo que decir o contar del mismo.
Digo esto porque ahora que han construido la primera fase del nuevo colegio, la parte demolida, la del módulo de dirección, era tan consustancial a profesores, alumnos y padres que, quiérase o no, resulta difícil borrarla de nuestra imaginación. De hecho, una vez derribado y desaparecido el espacioso habitáculo, el pensamiento en nuestra mente y su representación visual plasmada en la retina de nuestros ojos, como si de una instantánea se tratara, mantienen intacta la imagen de lo que ese módulo, en su día, simbolizaba y representaba. Sirva de ejemplo cuando, en el inicio de mi vida laboral como docente en el colegio, aplicando y desarrollando la ley de Educación General Básica, el bloque destruido, emplazamiento para cursos de mayor grado, una vez finalizado 8º, era el último aposento de la vida del estudiante en el colegio, es decir, el paso siguiente a otra esfera o instancia superior: el Instituto.
Poco más de medio siglo de historia, un gran colegio: el vetusto “Reyes Católicos”, cuna y origen del nacimiento de otros, no puede quedar en el olvido por la construcción de nuevas infraestructuras creadas sobre el mismo. Sí que es verdad que la realidad es muy distinta y no es otra que la que hay. Haciendo un ejercicio de reflexión, supongo que, posiblemente, a generaciones venideras, cuando se les hable de los orígenes y trayectoria del viejo colegio en el transcurso del tiempo, éstas, no me cabe duda, difícilmente, podrán visualizarlo o imaginarlo, a no ser que recurran a su historia y antecedentes para forjarse una idea sobre él o enriquecerse del excelente fruto que vertió y de lo que, otrora, fue y simbolizó.
Dicho esto, aun así, quienes lo hemos visto nacer; quienes hemos aprendido en sus aulas tanto saber y conocimiento impartido por afables y respetuosos maestros de escuela; quienes hemos compartido momentos y ratos entrañables en sus dependencias; y, en definitiva, quienes evocamos nuestros recuerdos y vivencias infantiles como reconstrucción de nuestro pasado, por supuesto, no podemos dejarlo en el olvido. Siempre, ¡cómo no!, el viejo “Reyes” estará junto a nosotros en nuestro pensamiento para el recuerdo.
Acabado esto que escribo, semejado a lo que decía al principio: ¡si las paredes del derruido colegio hablaran, otro gallo nos cantaría!
Para finalizar, sirva este soneto en homenaje al viejo y amado “Reyes” desaparecido:
SONETO AL COLEGIO “REYES CATÓLICOS”