Desde que se aprendió a medir el tiempo este ha supuesto un acoso para el hombre…
Gabriel Flores Garrido
Cronista oficial de Vera
Desde que se aprendió a medir el tiempo este ha supuesto un acoso para el hombre: trabajo, citas, viajes, ocio… todo lo tasa el tiempo, que en ocasiones nos acorrala, convirtiéndose en un enemigo implacable que siempre nos derrota. Mal invento fue el reloj que pone los minutos pisándonos los talones tras nuestra sombra.
En Vera ya se medía el tiempo con el reloj de sol que hay en una de las esquinas del campanario, que muchos no conocerán por no encontrarse a la vista y estar a una altura difícilmente visible. Una vez puesta en marcha una maquinaria mecánica se mejoró en precisión, pero se agudizaron los problemas que ocasionaba su frecuente marcha deficiente, al depositar en él la regulación de la vida en la ciudad: tandas de riego, oficios religiosos, labores en el campo, y tiempos de descanso; el tiempo y, en su representación el reloj, se convirtieron en los grandes señores de esta y de todas las ciudades.
En 1607 es muy probable que ya existiera el reloj del campanario parroquial, al estar documentado el nombre de Antonio Pérez con el oficio de relojero, aunque no quedó constancia de que se ocupara del reloj público de la torre, o de algún otro en Vera, y constituyera esa labor en su oficio; por otro lado, puede resultar ilógico y extraño, e incluso improbable, que alguien pudiera vivir de un trabajo como el de relojero, y esto es solo una conjetura, si tenemos en cuenta que entre los pocos habitantes que tendría Vera en aquellos años no habría muchos que poseyeran un reloj, y mucho menos que lo entendieran. Por tanto, se hace difícil pensar que el veratense Antonio Pérez, de oficio relojero, viviera de la venta y arreglos de estos novedosos aparatos. Podemos deducir que fuera el encargado de dar cuerda, reparar, engrasar y mantener el que ya hubiera en la torre que, como recoge un acta capitular con fecha de 22 de abril de 1782, “es de propios”; es decir, de propiedad municipal, por lo que el Concejo tendría a un profesional que se ocupara de ello.
Desde 1758 el reloj de la torre parroquial ha estado presente en ella, por la primera noticia documentada que he encontrado en nuestro Archivo Municipal. En ese mismo año los regidores municipales dan a conocer que José Caparrós, encargado de su mantenimiento, se ve obligado, por su delicada situación económica, a pedir que le sea atendido el pago por “el cuidado del relox (sic) propio de los vecinos que se halla en su Iglesia Parroquial, que a (sic) suministrado con su pobreza el azeite (sic) necesario para que estuviese corriente en dar las horas a su tiempo debido” (documento 462-83).
Para evitar que se repitan situaciones parecidas, en 1763, el Concejo decide asignar 55 reales a la persona que se ocupe del funcionamiento del reloj que, aunque de manera dubitativa, continúa su caminar, ocasionando, a veces, el desconcierto en los vecinos y el desorden en las tareas. Los capitulares del Consistorio hacen hincapié en la importancia que tenía el reloj para la tropa militar y marinera: Vera era una plaza militar importante con una numerosa milicia en la ciudad y su costa.
El 22 de abril de 1782, el reloj sufre una seria avería que trastoca el orden de la ciudad provocando “un grabe (sic) perjuicio al Común para el gobierno del riego de las Aguas”. Se recurre a un relojero de Cuevas para su reparación que, mediante un detallado reconocimiento de su maquinaria, concluye la necesidad de “una rueda de santa Catalina nueba (sic), por no serbir (sic) la que tiene” (llamada así por tener la forma del disco en el que fue torturada santa Catalina de Alejandría). El maestro relojero relaciona varias piezas ineludibles de cambiar, sin las que era imposible su buen funcionamiento. El Concejo toma la decisión de “no debérsele satisfacer cosa alguna hasta tanto que se termine su composición y arreglo a satisfacción de esta ciudad”. El 22 de agosto de ese mismo año la reparación queda concluida, y el alcalde mayor de Vera, Francisco María Riquelme y Rivera, autoriza la entrega al maestro relojero de 4.000 reales de vellón, en los que iba incluido el pago “de una puerta para su mayor seguridad”.
Siete años más tarde, el 8 de agosto de 1789, las autoridades municipales, que ya habían sufrido las protestas de los vecinos, temiendo revueltas callejeras por el desorden en la distribución de las tandas de riego, que regulaban el reloj de la plaza, y por la mala calidad de las aguas de la Fuente Chica utilizada para riego, contactan con el maestro relojero y profesor maquinista murciano Vicente Gutiérrez y Segura, para su reparación, o la compra de uno nuevo, en el caso de que no fuera posible su arreglo. Tras analizar la maquinaria, elabora un informe en el que dice que “Haviendo visto el Relox existente en la Parroquial de esta ciudad, certifico ser un reloj de torno, sumamente deteriorado, Inserbible e inposibilitado de composición alguna”. Estima que, dadas las numerosas reparaciones realizadas sin resultado satisfactorio, sería “de menos costo construir uno nuevo”. Propone que las piezas sean de calidad y hechas en acero, para lo que presupuesta un costo de 9.000 reales, más el traslado y la obra de albañilería e instalación, que supondrían otros cuatro mil quinientos.
Parece ser que el nuevo reloj, fabricado en acero, dio mejor resultado que las numerosas reparaciones realizadas o los que, hasta entonces, fueron adquiridos, porque hay un largo periodo en el que es un tema silenciado en las actas capitulares y, poniendo una nota de humor, ni las campanas se oyen; todos: Concejo, agricultores, vecinos y “curia parroquial” quedaron conformes con el resultado hasta que, el 29 de junio de 1873, casi un siglo después, el alcalde, José Antonio Ramallo, “espuso que el relox público de esta ciudad, estaba cada día en peor estado, como constaba a los señores concejales, originándose de aquí graves perturvaciones en todas las oficinas y trabajos de esta localidad”. Se encargó uno nuevo al maestro relojero de Jaén Gregorio García Álvarez, con una esfera de 80 centímetros de diámetro, todos los engranajes de bronce, y la cuerda debía tener una duración de 30 horas; su precio fue de 15.000 reales, debiendo estar instalado en un plazo de seis meses a partir de la firma del contrato.
El 2 de noviembre de 1879 el concejal Blas José de Meca informa de la falta de esfera en el reloj, al que se le coloca una provisional, y se queda a la espera de contar con los fondos necesarios para la instalación de una nueva. Pese a la carátula colocada, el 31 de julio de 1881, la esfera permanece rota y continúa ocasionando problemas ”por consecuencia de la rotura que, provisionalmente, se le puso”. Tal vez cansados de reparaciones, y agobiados por las manifestaciones de protesta del vecindario, se toma el acuerdo de autorizar a José Campoy Martínez la compra “en uno de los establecimientos de Valencia una esfera de cristal de roca esmerilado bajo el precio de tres mil quinientos reales, bajo la condición de que ha de ponerse al pie de la torre por cuenta del fabricante, cuya cantidad será satisfecha por este Ayuntamiento”.
Nuestro reloj, como vemos, tiene una larga historia… en la que aportó soluciones con su caminar, pero también problemas con sus paradas.
Gabriel Flores Garrido.