Recuperamos un artículo del año 1982 sobre el conocido por los veratenses como Alí Bey, personaje que da nombre a una de las calles de la Ciudad de Vera.
La relación de este barcelonés con Vera llegó con el traslado de su padre y su familia a esta Ciudad tras ser nombrado Comisario de Guerra del Partido de Vera (Contador de Guerra). Se casó en la Parroquia de la Encarnación el día 26-09-1791 con María Lucía Burruezo (hoy Berruezo) Campoi, hija de los veratenses Pedro Burruezo (profesión: labrador propietario y mediero de la sal) y Antonia Campoi, con residencia en la Calle de las Pinaras (Reducto de la Paz). Tras desempeñar oficios diversos, aprender idiomas, experimentar de manera práctica con la ciencia, relacionarse con la francmasonería y viajar por toda Europa, trata de convencer Carlos IV y Godoy de la necesidad de realizar un viaje científico por el norte de África disfrazado con ropajes árabes con el fin de expandir colonialmente el comercio español y abrir sus mercados, amenazados por el Imperio Británico y por las crisis de autoridad en Latinoamérica, en contra del sultán de Marruecos, Muley, que también ambicionaba la ocupación de España. Tras la aventura de Badía, Carlos IV, por evitar la mala conciencia y por escrúpulos decide abortar el plan y no rebelar a los discípulos de Marruecos contra el sultán, abandonando el plan de Godoy y Alí Bey, regresando a España con grave peligro. La mala situación económica de Badía lo obliga a realizar un segundo viaje, como espía francés, a ese África que tanto le atraía, en el que desaparece, posiblemente asesinado por los servicios secretos británicos, sin saber a ciencia cierta cómo terminó su vida.
He aquí el artículo:
ALÍ BEY, UN ESPÍA EN LA CORTE DE MARRUECOS. HISTORIA Y AVENTURAS DEL «LAWRENCE» HISPANO.
Jacobo García Blanco-Cicerón
Cuando Domingo Badía y Leblicht nace el primer día de mayo de 1767 [padres don Pedro Badía y Cathalina Leblicht], los jesuitas acaban de ser expulsados del territorio nacional; en sierra Morena, bajo la dirección de Pablo de Olavide, se va a poner en práctica el primer ensayo de colectivismo agrario en España; las Sociedades Económicas de Amigos del País llevan tres años proliferando.
En esta década, con el Sturm Und Drang, culmina la fase de disolución de la cultura cortesana. Aún viven David Hume, Voltaire, Rousseau, Diderot, d’Alambert, Lessing, Jant, Adam Smith, Thomas Paine y Edmund Burke, y también Cadarso y Villarroel. Las luces de la Ilustración comienzan a sufrir los embates del viento romántico -que por el momento es sólo una brisa en ascenso. Acaban de nacer Fichte, Cienfuegos y Madame de Staël. Estamos a un paso del nacimiento de Moratín, de Hölderlin, de Wordsworth.
Jovellanos, V. de Foronda y Cabarrús defienden el liberalismo económico y político. Cinco años antes, B. Ward, en su Proyecto económico, había previsto la pérdida de las colonias y propugnado una economía basada en la industria. Los ecos del motín de Esquilache aún retumban por Madrid. El conde de Aranda preside en esta ciudad el Consejo de Castilla, cuyos fiscales primero y segundo son, respectivamente, Campomanes y el conde de Floridablanca.
Ya se conocen la máquina de hilar y el hidrógeno, y falta poco para el descubrimiento de la máquina de vapor, con la que nacerá el industrialismo.
Sólo dos años atrás Niebuhr tocó el corazón de la Arabia central; cuando nace Badía, Bougainville arriba a Polinesia y Melanesia; pronto se hará a la mar el capitán Cook. Al culminar el siglo se conocerá aproximadamente el 83 por 100 de la superficie terrestre y el 60 por 100 de las tierras emergidas.
Hijo de un funcionario público y hombre de confianza del conde de Onfalia, Domingo Badía nace en Barcelona, una ciudad que cuenta con casi cien mil obreros, cuyas deplorables condiciones de vida dan lugar a los primeros conflictos industriales del país.
Las tres cuartas partes de la población española permanecen aún inactivas: 400.000 aristócratas, 17.000 eclesiásticos, 140.000 vagos y mendigos, aproximadamente 40.000 gitanos y una cifra imprecisa de marranos [judío converso sospechoso de seguir practicando su antigua religión] y chuetas [descendientes de judíos conversos], negros y norteafricanos.
Pero Badía nace en la cuarta parte activa restante: funcionarios civiles y militares, campesinos, fabricantes y artesanos, comerciantes, obreros y criados.
Su infancia se reparte entre Barcelona y Vera (Granada). No hay constancia de que cursase alguna carrera superior, pero el joven Badía se hizo notar por su inquietud e independencia de criterio, cualidades en general mal avenidas con la disciplina escolar. Su afán de saber le orienta al estudio de las más variadas materias: matemáticas, dibujo, astronomía, física, música…, así como al de diversas lenguas: latín, francés, italiano e inglés.
A los catorce años es nombrado administrador de utensilios de la costa de Granada, a los dieciocho contador de guerra con honores de comisario, a los veintidós administrador de tabacos de Córdoba. En este cargo permanece unos cuatro años. Su carrera parecía encaminarse por la senda burocrática, pero el destino dispone otra cosa.
En 1791 contrajo matrimonio en Vera con María Luisa [*Lucía] Burruezo [Campoi] [*corregido del original]. Ocho años después de que Montgolfier inventara el primer globo aerostático, Badía, con la ayuda económica del padre de su esposa, construyó el suyo. Logró autorización del Consejo Supremo de Castilla para elevarse con él, pero su padre, al enterarse, consiguió que se diera contraorden.
El fracaso del proyecto obligó a Badía a dejar Córdoba en 1799. En Madrid no consiguió el dinero necesario para compensar a su suegro, que había quedado en grave situación económica; pero al menos encontró trabajo como encargado de la biblioteca y archivo del príncipe de Castelfranco. Aunque la justicia le apremiaba por sus deudas, Badía no dejó de frecuentar los medios científicos, ni tampoco ciertos círculos aristocráticos, a los que tenía acceso gracias a las relaciones paternas.
Al tiempo que madura un plan de viaje científico a África, Badía, llevado por su interés en la lengua árabe, asiste a las clases de Simón de Rojas Clemente, catedrático de dicha disciplina. Entre discípulo y maestro fragua una gran amistad, basada también en la afición mutua por las ciencias naturales.
Los descubrimientos egiptológicos de la expedición napoleónica de 1798-1799 orientan el interés de la Europa prerromántica hacia el continente africano. Badía, alcanzado de lleno por la llamada del Oriente, y desalentando en su vocación de inventor por el fracaso de su globo, presenta a la Real Academia de la Historia su proyecto de viaje, basado en precedentes más o menos conocidos.
Su plan consiste en penetrar por la costa del Estrecho, atravesar el Atlas, bajar a través del Sahara hasta el golfo de Guinea, llegar al Nilo y, por el desierto líbico, al Mediterráneo, cerrando así un círculo estimado en 3.250 leguas (más de 18.000 kilómetros). Calculaba emplear en el viaje cuatro años y un presupuesto de 268.000 reales de vellón (aproximadamente cinco veces el sueldo anual de un jefe superior de la Hacienda Pública).
DE CIENTÍFICO A ESPÍA
Así empieza un auténtico calvario para Badía: sus visitas a los académicos comisionados para el dictamen y al primer secretario de Estado resultan infructuosas: la Real Academia emite una sentencia adversa. El 5 de agosto de 1801 Badía enciende la chispa salvadora al presentar una nueva memoria a Godoy, ministro universal de Carlos IV, ampliando el objeto de su expedición: … sus utilidades políticas son tan obvias y extremadamente probables que admiro haya hombre que pueda razonablemente negarlas.
Dos días más tarde, Godoy da el visto bueno al proyecto. Pero aún quedan muchas resistencias por vencer e ideas que madurar. Hasta enero de 1802 la situación permanece estancada. Al fin, por causas que se desconocen, Godoy siente renovarse su interés por el viaje y da órdenes terminantes de que se habiliten inmediatamente fondos y se amplíen los objetivos del viaje -o su cobertura- añadiendo un botánico, Rojas Clemente, a la expedición.
Algunos historiadores coinciden en sospechar que Godoy parecía intuir a estas alturas el derrumbamiento del imperio español en América, no sólo por la rivalidad de Inglaterra y otras potencias, sino también por la influencia de la independencia norteamericana. Sea como fuere, a partir del momento en que Godoy se entrega apasionadamente a esta aventura, lo que era un simple viaje científico pasa a convertirse en una operación política y militar contra el vecino reino de Marruecos.
Godoy convenció a Carlos IV de la utilidad del viaje y preparó una entrevista de Badía con el rey. Éste recibió a Badía y a Rojas Clemente, les escuchó con la mayor complacencia y les despidió risueño. Ya con los pasaportes en la mano, también les despediría Godoy.
A partir de ese momento, la mujer y los hijos de Badía, que llevaban desde 1801 bajo la protección del Gobierno (24 reales diarios para la esposa, otros 12 sobre la mitra de Cádiz para su hijo don Pedro y pensionada en el Real Colegio madrileño de Monterrey su hija doña María de la Asunción), pasaban a disfrutar una renta anual de 12.000 reales, equivalente al sueldo de un oficial quinto de la Hacienda Pública.
Donde antes sólo encontraba dificultades, Badía veía ahora allanarse su camino, desde que gozaba del favor del todopoderoso príncipe de la Paz. Éste ordenó a Badía no entretenerse más. En mayo de 1802 Badía y Clemente salían a París y Londres con el fin de preparar su safari.
En Londres, Badía se relacionó con hombres de ciencia y se proveyó de los instrumentos necesarios para sus observaciones astronómicas, geológicas y botánicas; también escribió la historia de este viaje preliminar y formó una colección de historia natural que envió al gabinete real. Fue presentado así mismo a importantes personalidades, gracias sobre todo a su ingreso en la francmasonería.
La viva imaginación de Godoy iba a transformar por completo el inocente carácter de esta expedición; dejemos que nos lo explique en sus Memorias:
… Concebí el raro medio de que Badía pasase a aquel Imperio no ya como español, mas como árabe, como un ilustre peregrino y un gran príncipe descendiente del profeta (cuyo) objeto principal sería ganar la confianza de Muley (sultán de Marruecos) e inspirarle la idea de pedirnos nuestra asistencia y alianza contra los rebeldes. Si esta idea era bien acogida, debía ofrecerse él mismo para venir a negociar (…) en nuestra Corte con poderes amplios. Si no alcanzaba a persuadirlo, debía explorar el reino con achaque de viajero, reconocer sus fuerzas, enterarse de la opinión de aquellos pueblos y procurarse inteligencias con los enemigos de Muley, por manera que, entrando en guerra, pudiésemos contar con su asistencia y obrar de un mismo acuerdo (…) para poder hacernos dueños de una parte del Imperio, la que mejor nos conviniese.
En la decisión de Godoy influyó de manera decisiva la propia personalidad de Badía: era el hombre para el caso. Valiente y arrojado como pocos, disimulado, astuto, de carácter emprendedor, amigo de aventuras, hombre de fantasía y verdadero original, de donde la poesía pudiera haber sacado muchos rasgos para sus héroes fabulosos; hasta sus mismas faltas, la violencia de sus pasiones y la genial intemperancia de su espíritu le hacían apto para aquel designio.
En Londres, Badía aprovechó una ausencia de su amigo Clemente -que había salido a herborizar al Spring Forest- para hacerse cincuncidar. La operación -penúltimo paso para su completa transformación en un auténtico musulmán- le resultó tan dolorosa que decidió no someter a su amigo a la misma prueba.
Tras larga convalecencia, Badía y Clemente -ignorante este último de que su amigo y Godoy pretendían orillarlo- adoptaron vestimenta y nombre musulmanes: Alí Bey, el primero; Muhamed Ben Alí, el segundo. Poco después embarcaron en una fragata hasta Cádiz.
Allí pasaron su primera prueba, cuando unos marroquíes les tomaron por judíos; pero la habilidad de los dos supuestos príncipes árabes hizo mudar de opinión a los suspicaces, que terminaron solicitando la protección de los dos poderosos señores.
Desde Algeciras, Alí Bey, como se llamará desde ahora, adelantó, con una excusa, la travesía del Estrecho, dejando en tierra a Muhamed Ben Alí. Una vez en Tánger, donde desembarca el 29 de junio de 1803, escribe a su amigo y le disuade de seguirle.
A partir de este momento, Alí Bey corta toda correspondencia con los suyos, para dejar al Gobierno en libertad de dar la versión que más le convenga sobre él. La soledad, como es sabido, es el aire que respiran los espías.
EL PLAN DE GODOY
Lo que le ocurrió a Badía en los dos años que permaneció en Marruecos es la materia propia de sus Viajes. Sólo que habla en ellos Alí Bey, y no Badía. Nada nos cuenta, por tanto, de las secretas intenciones de su excursión. Porque ese aparentemente inocuo libro de viajes esconde, en realidad, una de las aventuras más osadas que ha corrido un occidental en tierras musulmanas y uno de los planes más ambiciosos del colonialismo español contra Marruecos.
Por este motivo la verdadera finalidad del viaje de Badía hay que buscarla en su correspondencia secreta con los agentes de Godoy en ambos lados del Estrecho, en las Memorias del príncipe de la Paz y en otras fuentes mencionadas en la bibliografía que acompaña a este trabajo. De forma muy sintética vamos a exponer ahora las líneas maestras del plan de Godoy.
El poderío naval español está llegando a su fin: son los años inmediatamente anteriores a Trafalgar. Entre tratado de paz y reanudación de las hostilidades, Manuel Godoy diseña grandiosos proyectos para la expansión de España en África.
El zarpazo que proyectaba asestar en el extremo noroccidental del vecino continente no consistía tanto en incrementar los casi 15 millones de kilómetros cuadrados que aún comprendían nuestras colonias en 1830, como en conquistar nuevos mercados.
Esto exigía, ante todo, estudiar la forma de extender nuestro comercio en las escalas de Levante, desde Marruecos al Egipto, adquirir cuidadosamente cuantos artículos exóticos pudiesen aclimatarse en América y adquirir una parte especialísima del comercio interior del África por el conducto de Marruecos. Esta oscura ensenada de comercio, descuidada por las demás naciones podría surtirnos de cientos de productos por los que Europa suspiraba, y al mismo tiempo absorber el excedente de nuestras fábricas. Mas para ello necesitábamos puertos propios en las costas marroquíes.
Con otra gente menos idiota y desleal que la morisca –continúa el generalísmo Godoy- habría cabido un buen tratado de comercio, cuyo provecho hubiese sido mutuo. Pero Muley Solimán soñaba con soltar, como él decía, sus perros contra España en los dos mares y dejar libertad a sus vasallos para atacar nuestros presidios.
Ambos gobernantes alimentaban ambiciones territoriales en el país vecino. Godoy deseaba un puerto en el Estrecho y otro en el Océano. Muley codiciaba nada menos que los hermosos reinos de Granada, Sevilla y Córdoba. Pero los dos tendrían que librarse de terceros enemigos antes de poder intentar siquiera la realización de sus anhelos.
Godoy tendría que zafarse del estrecho abrazo de Inglaterra, que era ya la potencia hegemónica en el mar. Solimán debería acabar con el estado casi endémico de agitación de su reino, que amenazaba la estabilidad de su trono. Ninguno de los dos lo conseguiría.
Desde que en 1791 el Mazjén rompió las antiguas paces con España y comenzó a exigir tributos, el gobierno de Carlos IV no pudo distraer su atención del escenario europeo para embarcarse en la siempre incierta aventura africana. Por este motivo tuvo que resignarse a ofrecer costosos regalos al trono cherifiano, que éste reclamaría al poco tiempo como un derecho adquirido, amenazando con interrumpir su comercio con España en caso de que dejara de ofrecérselos.
A una negativa de Godoy en este sentido el sultán respondió con la prohibición de comprar grano en sus puertos y retirando su protección a nuestros buques. A continuación se siguieron los amagos contra nuestros presidios y vejaciones y durezas ejercidas con los negociantes españoles, violando a cada paso los tratados y costumbres recibidas, como informa Godoy en sus Memorias. Era una buena ocasión para intentar un golpe contra el emperador.
TÁCTICA ALTERNATIVA
A causa de la irreductible oposición del sultán a entenderse con los españoles, tal como le sugería Badía, en contra de sus enemigos internos, Godoy diseñó una táctica alternativa. El vuelco de la situación marroquí habría de pivotar entonces sobre el sherif Ahmed, que había levantado en Sus el estancamiento de la rebelión y amenazaba con apoderarse de todo el Imperio.
Esto, asegura Godoy, aunque a renglón seguido, sin explicación alguna, nos informe de que su agente especial se entrevistó no con Ahmed, sino con su hijo Hescham, a quien, en su papel de príncipe abbasida que había ido a España a cumplir un voto, le propuso su intervención con el gobierno castellano para buscarle ayuda y coronarlo. Hescham, a cambio del trono de Marruecos, prometió a Alí Bey entregar a España Fez, Tetuán, Tánger y los dos Salés, nuevo y viejo, es decir, el trozo más civilizado y rico del reino.
Godoy se frotaba ya las manos. Según él habría bastado reunir en los presidios, cuando menos, quince mil hombres, atraer allí las tropas de Meley y, comenzada la invasión por el caudillo Hescham, penetrar más adentro y acudirle. Para elevar a Hescham al trono, pensaba Godoy, simplemente había que expulsar a un hombre que estaba aborrecido de sus súbditos y que sólo disponía de los 10.000 uaidas de su guardia, la mayoría esclavos negros.
Al razonar así Godoy da la impresión de intentar convencerse a sí mismo. Menciona el hecho de que, en caso de guerra, todo musulmán es soldado, pero no extrae de este importante dato las debidas consecuencias: una intervención española podría levantar al país en masa contra el infiel. El retrato que pinta de Muley no parece menos exagerado: en los informes de Badía no hay nada que permita suponer que el sultán sea un monstruo de iniquidad, odiado por todos. Por lo demás, el propio Godoy era execrado por buena parte de sus compatriotas, y ello no le impidió mantenerse en lo alto del pescante desde 1792 hasta 1808.
En cuanto a la posible aparición de terceros en discordia, calcula Godoy que entre toda la parentela de Muley había uno solamente (Muley Abdelmelek) que pudiera oponerle alguna resistencia y disputarle el trono a Hescham. Pero éste ya había tomado medidas al respecto: a una señal suya, supuestos partidarios de Abdelmedek, primo del sultán, le deberían sorprender y alejarle de Marruecos.
En cuanto a Hescham mismo, ¿qué mejor prueba de su sinceridad que el hecho de mostrarse dispuesto a entregar rehenes a España para verse de ese modo obligado a mantener sus promesas? Con nosotros -concluye Godoy- lo podía todo aquel caudillo; sin nosotros no podía nada, porque le faltaban artilleros y buenos trenes de campaña.
FINAL DE LA AVENTURA
Veamos en qué concluyó aquella fantástica operación: Cuando envié mis instrucciones por extenso al marqués de la Solana * [Capitán general de Andalucía] -cuenta Godoy- me pareció debido mostrárselas primero a Carlos IV; pero Su Majestad me dijo que podía enviarlas, y que después, cuando se hallase más despacio, tendría contento en darlas, juntamente con un resumen bien circunstanciado que me tenía pedido de la correspondencia de Badía. El resumen estaba ya extendido, y justamente aquella misma noche me mandó se lo leyese. Entre las cartas de Badía se hallaba el anuncio de la donación de Semelalia [palacio y finca que el sultán había regalado a Alí Bey] y demás gracias y favores que el emperador marroquí le había hecho (…) Y he aquí que cuando llegué a esta parte (…) noté en Su Majestad una señal como de horror, tras la cual, después de haber leído por sí mismo aquel diploma, me dijo estas palabras:
–No, en mis días no será esto; yo he aprobado la guerra porque es justa y provechosa a mis vasallos. He aprobado también que antes de hacerse vaya un explorador, porque esto se acostumbra y es forzoso algunas veces para emprenderla con acierto; pero jamás consentiré que la hospitalidad se vuelva en daño y perdición del que la da benignamente. Con Dios y con el mundo sería yo responsable de tal hecho siendo un agente mío quien habría obrado de esa suerte. La culpa es de Badía, que debió quedarse libre y no aceptar esos favores… A Badía, que se vaya y que prosiga sus viajes; otro hombre de más juicio y de más peso se podrá encargar de manejar ese negocio.
(…) Pero señor -le dije al rey-, tiene que costar más deshacer lo que está hecho que llevarlo adelante. Hay además personas, y algunas de éstas españolas, que podrán pagar con su cabeza si se vuelve un paso atrás de lo que está andado.
-Si los comprometidos -dijo el rey- son vasallos míos, escribidles que vengan al instante. Si son moros, no es cuenta mía, pero se podrá avisarles.
-¿Quién de ellos –insté aún- volvería a fiarse de nosotros ni querría concertarse con otro que Badía? Nadie podrá tener sus relaciones; de él se fían porque le creen un moro y un gran príncipe. Él tiene en su favor los mismos jefes de la guardia, muchos gobernadores y bajáes… nadie podrá suplirle.
-Y bien -repuso el rey-, dejemos esos medios y empréndase la guerra por sus caminos naturales si Muley no se aviene con nosotros.
En vano fue representar a Carlos IV las ventajas incalculables que podrían traernos aquellas posesiones (…).
-Todo es verdad -respondió el rey-; todo cuanto tú quieres y me dices, lo quisiera yo igualmente; mas mi conciencia no se aviene ni podría avenirse con los medios. Non sunt facienda mala ut inde veniant bona [no hay que hacer el mal para que venga lo bueno, apóstol a los romanos, 3].
–Gran principio, respetabilísimo -me atreví yo a decir por último argumento- si lo observasen todos; pero, en política, dañoso si es uno solo el que lo observa.
-Obrando rectamente, Dios estará conmigo -dijo el rey,.
-Pero el correo ha partido con la instrucción -dije yo todavía-; Vuestra Majestad lo había mandado.
-Yo lo desmando ahora -dijo el rey; despáchese un alcance.
Aquella noche se pasó toda en vela para deshacer cuanto había hecho, y deshacerlo para siempre. Cinco meses después volvió la guerra con la Gran Bretaña.
Para Alí Bey había concluido la aventura marroquí. Y con gran fortuna. Su admirable sagacidad, cuenta Godoy, halló manera de contentar los conjurados con esperanzas y promesas, hasta que le fue dable retirarse sin que ninguno le vendiese. Pero, por la forma en que lo despidieron, faltó poco.
Su querido y secreto enemigo, el sultán, perdió una magnífica ocasión para afianzarse en el trono mediante una imperial y vasta venganza. Como cuenta Godoy, Muley, al fin, años después, desfalcado su Imperio y dividido en bandos, se vio obligado a desceñirse la corona y abdicarla en favor de Abderramán, sobrino suyo. Ninguno de sus hijos pudo haberla.
Sidi-Hescham fundó un estado independiente con las conquistas que había hecho sobre Sus y otras provincias inmediatas. La ocasión malograda era segura; yo no me había engañado.
A Godoy tampoco le fue mucho mejor, como es sabido. Por no hablar de Carlos IV. En cuanto a Badía, su temperamento aventurero hasta el fin y tal vez un proceso de desdoblamiento de personalidad (algunos atentos lectores de sus Viajes opinan que acabó creyéndose Alí Bey, el príncipe abbasida) le permitieron enmarcar la aventura marroquí en un contexto más amplio, que abarcó gran parte del mundo musulmán -según narra en su libro.
EN BAYONA
Estando en Constantinopla le llegaron las primeras noticias sobre los sucesos de España de 1808. Alojado por entonces en casa del marqués de Almenara, embajador de España ante la Sublime Puerta, Badía, al recibir las inquietudes nuevas, decide regresar a su patria sin pérdida de tiempo.
Una grave enfermedad le retiene en Munich. No del todo restablecido se traslada, acostado en una cama que hizo disponer en su coche, hasta Bayona, donde llega el 9 de mayo. Al día siguiente quiso ver al nuevo rey, Fernando VII, pero éste salía en aquel momento de la ciudad.
Se presentó, pues, a Carlos IV, a quien mostró algunos planos y dibujos de sus viajes. El padre del rey se limitó a observar: Ya sabrás que la España ha pasado al dominio de la Francia por un tratado que verás. Ve de nuestra parte al emperador, y dile que tu persona, tu espedición (sic) y cuanto dice relación a ella, quede a las órdenes esclusivas (sic) de S. M. I. y R. y que desearemos produzca algún bien al servicio del Estado.
Atónito de una cosa que jamás hubiera imaginado –sigue narrando Badía en una exposición que sobre sus desdichas enviaría desde París, en 1814, a Fernando VII, haciendo protestas de fidelidad inalterable-, pues carecía de todo antecedente, esclamé (sic): ¿Pero no me sería permitido seguir la suerte de V. M.? A lo que el rei (sic) contestó: No, no, a todos conviene que sirvas a Napoleón.
El único que socorrió efectivamente a Badía en Bayona fue Godoy, a través de un banquero de aquella ciudad. Tras su entrevista con Carlos IV, Badía fue recibido por M. Bausset, prefecto del palacio imperial. Aunque Badía sostenga que tuvo repetidas sesiones con el emperador sobre los negocios de África, al parecer fue su prefecto quien lo atendió.
Así retrató M. Bausset a Badía cuando éste ya había cumplido la cuarentena: … vi un hombre aún joven, de alta talla y elegante. Llevaba un uniforme azul de París, sin bocamangas, solapas ni charreteras; una magnífica cimitarra prendida a la manera de los orientales, colgaba a su costado, suspendida por un cordón de seda verde. Los trazos de su rostro eran regulares: el conjunto de su figura estaba bien, aunque un poco severa. Sus bellos bigotes negros, sus grandes ojos, vivos y penetrantes, daban a su fisonomía y a su mirada una expresión particular; sus cabellos eran negros y espesos. Me acerqué a él y le dije que estaba autorizado por el emperador para trabar conocimiento con él. Me respondió obsequiosamente; entonces su fisonomía expresó una dulzura y al mismo tiempo una vivacidad tales que me sentí completamente dispuesto a prevenirle en todo lo que de mí pudiera depender.
Hay quien opina que Napoleón alimentaba la idea de que los españoles podían y debían conquistar Marruecos a mayor gloria de los Bonaparte, citando al respecto la siguiente carta del emperador a Murat:
Mi querido cuñado: os prevengo que tengáis todas las atenciones con los españoles, procurando por todos los medios captaros su voluntad; no por ellos precisamente, sino porque sirvan a mis propósitos. Una vez restablecida la dominación, cuento con sacar de ese país doscientos mil españoles y conquistar con ellos el Reino de Marruecos y la costa de África del Mediterráneo… A este fin es menester ganar la preferencia de los del Mediodía como más connaturalizados con los calores y más proporcionados para tratar con los indígenas.
Recomendado al rey José, Badía pasó a Madrid, sin lograr tampoco ser recibido por éste. Durante quince largos meses vive con su familia en la mayor estrechez. Al cabo de este tiempo es enviado de intendente a Segovia, al parecer sin haberlo solicitado, por razones de dignidad personal. Había pedido, a cambio, pasar a París para editar sus obras, pero en vano. Más tarde sería nombrado intendente en Córdoba y luego en Valencia, cargo este último que no llegó a desempeñar por haber nombrado Napoleón a un funcionario francés.
En 1814, al retirarse los franceses, emigra a París. Desde allí envía un memorial -jamás atendido- a Fernando VII, y ese mismo año aparece la primera edición de sus Viajes, subvencionada por Luis XVIII. Tras nacionalizarse francés, consigue que Luis nombre a su hijo Pedro teniente de artillería y a él le haga mariscal y le conceda la Flor de Lys.
Se hacer llamar general Badía y goza de gran prestigio entre los emigrados españoles. Casa a su hija Asunción con M. de L’isle de Sales, miembro del Instituto Real. En contrapartida, la delicada salud de su esposa y la parálisis que afectaba a su hijo pequeño, José, eran para él motivos de honda amargura.
ESPECULACIONES
Según parece, Badía no acaba de sentirse a gusto en sus galas de mariscal -casaca de terciopelo, camisas rizadas, sombrero de tres picos, medias de seda y peluca empolvada-, ya que responde a la llamada del muecín. Añora, quizá, los ropajes árabes y el agasaje que los palacios donde se acata el Corán dispensan a los que conocen los arcanos del Libro.
El hecho es que en 1818, el Gobierno francés le encarga realizar un nuevo viaje a Oriente.
La suposición de que fue comisionado para ciertas gestiones secretas en la ruta hacia la India en favor de Francia y en contra de Inglaterra ha dado lugar a la versión de que fue interceptado y eliminado por agentes de esta segunda potencia.
Según Paul Odinot, al igual que todos los documentos que tratan de la preparación de una ofensiva del ejército francés sobre la India por el continente, sus informes (los de Badía) han desaparecido de los archivos de Affaires Etrangers. Sin embargo, pueden encontrarse algunos datos en los informes consultares de Siria, en las memorias de Lady Esther Stanhope y en el relato de de Jackson «Tunbuktoo and Housa».
Según otra versión, con aquel segundo viaje Badía pretendía repartir el primitivo plan de Marruecos -frustrado por los exquisitos escrúpulos del titular de la Corona española-, sólo que procedente de La Meca y al servicio de Francia.
A este respecto se cita un borrador de manifiesto de Alí Bey a los pueblos de Occidente: fieles creyentes: Sabéis que un sultán maravilloso debe elevarse de las extremidades de Occidente… Este manifiesto, fechado en 1817, mencionaría a Alí Bey el Abbassí como a ese sultán maravilloso que borraría el despotismo de Marruecos y daría un paso a un gobierno más justo y humano en aquel imperio. No obstante, al inicio de su aventura. Así Alí Bey se haría llamar Alí-Othmán, ya que en Constantinopla y en Jesuralén muchos sabían que era cristiano.
Otro posible móvil a considerar es que por aquellas fechas la situación económica de Badía volviera a ser poco menos que angustiosa. Su hija, que le había dado un nieto, quedó viuda en septiembre de 1816, y se habría visto obligada a vender la biblioteca de su marido. Badía haría nuevas gestiones para obtener la amnistía de Fernando VII con la esperanza de cobrar sus atrasos; al no obtener ningún resultado positivo se habría lanzado al camino para asegurar una pensión a sus familia y tal vez para recobrar colecciones y objetos valiosos dejados en El Cairo y Constantinopla en su primer viaje.
Independientemente de sus auténticas motivaciones, la aventura se presentaba sombría. Badía sale de París con cincuenta y un años sin decir a su mujer y a sus hijos adónde se dirige. Desde Milán les escribe cartas que más parecen testamentos. También anuncia la publicación de sus Viajes en italilano y dirige una carta a sus superiores pidiendo se le conteste en doble sobre al embajador en Costantinopla, marqués de la Rivière.
La última señal conocida de nuestro honorable espía es una carta desde Constantinopla con algunas líneas cifradas en febrero de 1818. A partir de entonces nada concluyente sabemos sobre él. Años después se dice que ha muerto en Mazarib, pero nadie sabe a ciencia cierta cómo ni cuándo.
Mesonero Romanos asegura haber visto una carta del guardián del convento español de San Francisco de Damasco en la que se dice que el desventurado Badía murió de disentería en el año 1822.
Según el padre Vinardell, superior, párroco y profesor de árabe en el convento franciscano de Damasco, Badía se hallaba en dicha ciudad en agosto de 1818, dispuesto a emprender su segundo viaje a La Meca. Su delicado estado de salud y el consejo de un médico francés no consiguieron detenerle.
A primeros de septiembre, a dos jornadas de Mazarib, murió de disentería. Al desnudarlo para dar a su cadáver su última ablución o purificación, según el rito árabe, vieron sobre su pecho una cruz. Así lo atentiguó Adb-el-Carim, Agá de los africanos, que formaba parte de la misma caravana, mandada por el príncipe Saleh Bajá. Todos sus papeles y equipajes quedaron en manos del Agá, a excepción de unos pocos, comprados por la súbdita inglesa Esther Estenoffo (lady Stanhope), que vivía en Monte Líbano. El padre Vinardell trató de adquirirlos, pero el Agá se negó, creyendo que contenían secretos para encontrar tesoros.
Según Odinot, lady Stanhope le contó a Chateaubriand, cuando éste la visitó, lo que sabía sobre el misterioso peregrino:
Estaba casado con una hija del emperador de Fez y había dejado un hijo, Othman Bey, que vivía en Marruecos. Había vivido varios años en Siria y en 1813 se volvió a París. Fue entonces cuando hizo el proyecto de ir a Tombuctú, pero entretanto había vuelto a Damasco y hecho una vez más la peregrinación. Al volver de La Meca, llegando a Balka, había muerto de un mal misterioso (1818). Los habitantes del país le despojaron de sus documentos e instrumentos pero ella los había recogido todos.
El testimonio de lady Stanhope parece tan poco convincente que éste se siente justificado a concluir: He aquí que surte efecto el veneno y hace pensar que habría que estar en Londres para escribir con alguna certidumbre la historia de los agentes franceses en Oriente bajo el primer Imperio. En suma, según Odinot, lady Stanhope habría sido el -o uno de los- agentes británicos encargados de eliminar a Badía.
En cuanto a la noticia sobre el hijo que Badía dejó en Marruecos, quizá no sea descabellado concederle alguna atención, especialmente si pensamos en lo que el propio Badía cuenta en sus Viajes (y aún más en lo que no cuenta) acerca de su relación con Mohanna, la esclava que le regaló el sultán de Marruecos.
Tratándose de una amistad tan platónica, no se explica muy bien hasta qué punto pareció afectar a ambos su separación en Larache. Leyenda o no, la noticia fue recogida más tarde por viajeros orientales que dijeron haber conocido a un nieto de Allí Bey que era babuchero en Fez. Y el abate Godard, que vivió en Marruecos hacia 1858 y que sostenía que Badía era natural de Vizcaya, dijo -según refiere Odinot- haber buscado en vano a su hijo (de Badía) Othmán, nacido en 1805 y que se encontraba en Fez quince años después de la partida de su padre.
Así termina la historia de aquel osado catalán, incomprendido español y desventurado francés, que no hace mucho fue calificado como superior a Lawrence en audacia, conocimientos y ambición patriótica.
La comparación es puramente retórica: esas tres cualidades no faltaron a ninguno de los dos aventureros, que comparten un indiscutible mérito: el de haber comprendido, por encima de los prejuicios habituales -en su época como en la nuestra-, que el islamismo no es tan sólo una religión, sino una forma de vida.
Ambos se rindieron asimismo a la fascinación del desierto, bajo cuyas ardientes arenas hunde sus más auténticas raíces el Islam. La perspicacia etnológica de ambos intelectuales metidos a agitadores fue la clave de sus relativos triunfos y la mejor garantía de su seguridad en un ambiente extraño, hostil y plagado de agentes que, como ellos mismos, conspiraban en favor de potencias enemigas entre las fronteras de un mundo sumido en profundas crisis.
DESBORDANTE ACTIVIDAD
Quizá el gran error de Badía fue creerse un nuevo Cortés en cuyas manos el emperador Muley tuviese fatalmente que hacer el triste papel de Moctezuma. Pero sin una pizca de locura -o de simple megalomanía- es evidente que no se conquistan imperios. En t odo caso, lo que verdaderamente importa en cualquier auténtica novela de espionaje -y los Viajes de Badía, aunque no lo parezcan, deben ser leídos como tal, no es el resultado -que sólo afecta a la historia de los Estados-, sino el derroche de medios desplegados para conseguir determinados fines -lo que constituye el ámbito propio del agente especial.
En este sentido no puede negarse que Badía escatimase medios. Por hacer el recuento de tan sólo los dos años que permaneció en Marruecos, aparte de las labores propias de su distinguida profesión adoptiva, nuestro héroe tuvo ocasión de ocuparse de menesteres tan variados como instructivos.
Predijo eclipses, reunió colecciones de historia natural, intentó (sin éxito) domesticar chacales, mantuvo innumerables discusiones teológicas y filantrópicas, planeó expediciones en busca de ríos fabulosos, intercambió cientos de visitas y regalos, tomó baños de mar, impartió bendiciones y oró por las gentes que le salían al paso.
Combatió supersticiones, aportó su granito de arena a la ilustración del país, atacó el rutinario dogmatismo de los sabios locales, cumplió los preceptos del rito ordinario, se libró de las asechanzas de astrólogos y cortesanos envidiosos de su buena estrella ante el trono, desdeñó concubinas, cruzó ríos, dio limosnas, interpretó presagios, conoció santos y admiró la belleza de las hebreas.
Se compareció de leprosos y orates, de la falta de escuela, del atraso de las ciencias, comió en compañía de cigüeñas y gacelas, durmió con escorpiones bajo la almohada, estuvo a punto de sucumbir ante diversas enfermedades, las fingió en momentos de apuro, se halló a un paso de morir de sed en mitad del desierto y escapó con vida de todos los peligros.
Lo que no sabemos es si en algún momento a lo largo de su agitada carrera de espía llegó a poner en cuestión su propio papel. Si lo hizo, no cabe duda de que perseveró en la misma línea hasta el fin. De otro modo no habría emprendido un segundo viaje. Señal de que había pronunciado sus segundos vetos -el punto de no retorno, más allá del cual el espía ya se ha profesionalizado y no se plantea la eticidad de su función.
Algunos comentaristas (no muy abundantes, por cierto) de la vida y trabajos de Domingo Badía lo han calificado de sabio, espléndido y valeroso Abasida o, menos cordialmente, de sesudo, impertérrito y disimulado viajero.
Otros insisten en enfatizar lo arbitrario de su temperamento, proponiéndolo como explicación tanto de sus miserias como de su grandeza -lo que inevitablemente resalta las primeras y rebaja la segunda. El lector culto seguramente evaluará las dotes literarias de Badía por debajo de las de Lawrence. Pero lo que difícilmente nadie negará a nuestro héroe es un magnífico impulso vital, que sirvió de motor de sus aciertos y errores, un arrojo a toda prueba y la profundidad con que aceptó un desafío que nadie le impuso.
Pero, por lo que parece, estas cualidades no han bastado para hacerlo acreedor al recuerdo de sus compatriotas. Hoy, asombrosamente, siguen ignorando quién fue Domingo Badía, alias Alí Bey. Aunque tal vez debamos felicitarnos por ello, ya que, como sostiene Borges, la gloria es una incomprensión, y tal vez la peor.
(Las ilustraciones que acompañan el presente trabajo están sacadas de la obra Los viajes de Alí Bey y dibujadas por él mismo).
BIBLIOGRAFÍA
- Voyages d’Alí Bey el Abbassi en Afrique et el Asie, pendant les anneés 1803, 1804, 1805, 1806 et 1807. A Paris, de l’imprimerie de P. Didot l’Ainé, imprimeur du Roi, 1814, 3 vols. Atlas et explication des planches composant l’Atlas des voyages d’Ali Bey.
- La edición inglesa (Londres, Jongman y otros, 1816) contiene un interesante prólogo de los editores.
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Las ediciones italiana y alemana son también de 1816. La primera traducción española de los Voyages fue impresa por Jose´Ferrer de Orga en 1836, en Valencia. Mäs adelante aparecen dos traducciones catalanas (Barcelona, La Renaixensa, 1888-9, y L’Avenç, 1892).
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En 1943, la editorial Olimpo, de Barcelona, dio a la estampa una nueva versión castellana de los Viajes.
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Para este mismo año de 1982 seespera la aparición de una nueva edicióncastellana de los Viajes de Alí Bey basada en la edición inglesa de 1816 bajo el sello de las Ediciones de Saturno.
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Godoy, Memorias, cap. XX, Biblioteca de Autores Españoles.
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Augusto Casas, Alí Bey. Vida, viajes y aventuras de D. Domingo Badía, Barcelona, Luis Miracle, 1943.
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L.F.J. de Bausset, Memoires anécdotiques sur l’interieur du Palais et sur quelques avenements de l’empire despuis 1800 jusqu’au 1º Mai 1814 pour servir a l’histoire de Napoleón, Paris, 1827.
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Colección Toda. Documentos originales de Ali Bey. Archivo Municipal de Barcelona.
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Chateaubriand, Itineraire de Paris à Jerusalen, Paris, 1860 (sixtième partie, Voyage d’Egipte).
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José Gómez de Arteche, Nieblas de la historia patria. 2ª ed., Barcelona, 1888.
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López Fernández, Jerónimo. Notas para una biografía: el viajero Alí Bey en Vera. Edit. Axarquía. Mojácar. 1998. n.º 3