Muchas veces, uno, con inusitado interés, siente curiosidad por recordar cosas olvidadas. Tal es el caso que, como si de sueños se tratase, se rememoran vivencias, situaciones o anécdotas, que, asociadas con el aprendizaje, en otro tiempo acaecieron y que, ahora, a través de estas líneas, trato de reflejar con brevedad en el artículo que redacto.
Digo esto porque recuerdo que, cuando cursaba Bachiller, las asignaturas de Ciencias no eran mi punto fuerte; más bien, como se me atragantaban y no las soportaba puesto que sentía aversión hacia ellas sin saber por qué, suponían un problema en mis estudios. No obstante, recuerdo que, por exigencia e imperativo académico, en muchas ocasiones, tenía que recurrir a mi querido padre para que apoyase, con sus doctas y sabias explicaciones, así como proverbial paciencia, la falta de suficiencia por mi parte habida en estas disciplinas para, en última instancia, conseguir el objetivo marcado, cual era la obtención del aprobado, aunque éste fuese raspado.
Pues bien, dicho esto y ciñéndome al caso que me ocupa, las asignaturas de Matemáticas, Física y Química, que antes odiaba, ahora, desde que me jubilé, paradójicamente, son centro de mi particular atención. Me gusta repasar y estudiar lo que, en su día, me era dificultoso de entender. Por ello, pues, todos los días, al alba, ojeo cosas olvidadas y otras nuevas que no tenía ni idea que pudieran existir. Ello me lleva a meterme, gracias a Internet, en unos berenjenales que, por complicados que éstos sean, suscitan en mí reflexiones y disquisiciones que son de vital importancia. Además de esta fuente inagotable de conocimiento expresada, me complace decir que, para completar lo que últimamente viene siendo mi nuevo entretenimiento, también se encuentra en mi estudio una joya de incalculable valor académico: la Enciclopedia Escolar de Hijos de Santiago Rodríguez Burgos de 1102 páginas, – véase la foto- (15 edición corregida y reformada. Burgos 1959. [1ª edición, 1954]).
Para que el lector se haga una idea, sería prolijo el enumerar el temario de cosas olvidadas, que son muchas. Éstas, compartidas con amigos en placenteras conversaciones, afloran y, por supuesto, nos hacen revivir los porqués de lo que antes nos era difícil de entender. Entonces, cuando esto ocurre, además de hablar de cosas de actualidad, nos retrotraemos a nuestros años de juventud rememorando vivencias que, como decía al principio, asociadas al aprendizaje, nos hacen añorar no ya cosas sumamente agradables, sino otras que, también, por su importancia, transcienden a otro nivel o categoría superior. De esta forma acrecentamos, aún más si cabe, los estrechos vínculos y lazos de amistad que nos unen.
El filósofo, matemático y físico francés René Descartes, genuino representante de la Filosofía moderna, nos hace un razonamiento sobre el pensamiento y la propia existencia con su conocida alocución o principio “pienso, luego existo”. Hago esta reflexión en relación a lo narrado porque, indefectiblemente, con el paso del tiempo, cuando no me apasione ninguna de estas cosas que dan vida a mi propia existencia, tendré que recurrir al poemario de mi amigo Diego Alonso Cánovas, buscar entre sus poesías y, siguiendo sus consejos, aceptar la cruda realidad de nuestro devenir existencial como, con brillantez y magistral estilo, bien refleja en su soneto “El último tren”.
El último tren
Si ya no se desvía tu mirada
al paso de una falda con volantes…
Si piensas que no son tan excitantes
los ojos, la figura de tu amada…
Si, impávido, ya das por terminada
tu lucha en este mundo, y son distantes
aquellas primaveras palpitantes
de sueños y de vida tan dorada…
Si el libro de proyectos ya has cerrado…
Si nada te emociona ni te altera …
Si vuelves ya de todo, si cansado
malvives impasible y a la espera…
recuerda tu semilla, tu legado,
y déjate llevar a la frontera.
Diego Morales Carmona