Existe en el Archivo Municipal de Lorca un interesante documento histórico, compuesto por dos gruesos volúmenes, realizado entre los años 1511 y 1558, cuya finalidad era aportar datos a los jueces para establecer los límites entre los términos de Vera y Lorca. En él se recogen multitud de pruebas de testigos moriscos, que en su juventud o infancia habían vivido en reino nazarí, el último bastión musulmán en España; pruebas referentes a los distintos mojones que existían en la frontera de los dos términos.
Sin embargo el documento ofrece multitud de noticias y anécdotas, que enriquecen sensiblemente nuestro conocimiento de la frontera oriental del reino granadino, en los difíciles tiempos del siglo XV, en vísperas de la conquista cristiana. El documento ha sido estudiado, entre otros, por J. García Antón en diversos artículos publicados por la Universidad de Murcia, y de ellos entresaco una curiosa historia que tiene como protagonista a un ladino moro de Cuevas, llamado Mahomet Omar, digno con sus astucias de emular al Ulises Griego.
La historia, que se recoge en el folio 166 de dicho documento, es contada en 1550 por un anciano morisco de Cuevas, Francisco de Tufa, de 75 años, que conoció el suceso en su niñez, cuando todavía existía el viejo reino nazarí y se inserta como una respuesta más del interrogatorio, constituyendo posiblemente una alusión del morisco Tufa a las escasas épocas de paz que en la segunda mitad del siglo XV existían entre la ciudad musulmana de Vera y la cristiana de Lorca.
Mahomet Omar era un musulmán cuevano que, a lo largo de sus andanzas a un lado y a otro de la frontera cristiano-musulmana, había descubierto en el campo de Lorca un lucrativo negocio robando miel de un colmenar que un cristiano lorquino allí poseía. Todos los años nuestro Mahomet Omar cruzaba sigilosamente la frontera, se adentraba en el campo de Lorca y le robaba al cristiano lorquino toda la miel de sus colmenas, que se llevaba a vender a Cuevas. Cuando el lorquino iba a recoger su miel la encontraba ya robada.
Un año quiso sorprender al ladrón y se apostó con una ballesta en su campo. Cuando nuestro Mahomet Omar llegó allí a realizar su tarea, el lorquino salió de entre unos arbustos y le apuntó con su ballesta. Nuestro ladino moro, viéndose en peligro de muerte, puso en juego toda su astucia, e intentó convencer al cristiano que le sería mucho más útil si no lo mataba y lo hacía su prisionero para venderlo en Lorca como esclavo.
Lo convenció, y éste fue el error del lorquino, porque dejando de apuntar al moro durante unos instantes, abandonó la ballesta en el suelo y se puso a buscar entre sus ropas una cuerda para atarlo. En ese momento, el astuto Mahomet Omar le propinó un fuerte puñetazo en la cara, aturdiéndolo con un grueso hatillo de latón que llevaba. Ya en tierra el moro ató con su propia cuerda al lorquino, y mientras lo dejaba atado a unos arbustos, tuvo la santa paciencia de recoger hasta ocho arrobas de la miel de las colmenas y cargarlas en un asno. Una vez acabada la operación, montado en el mulo cargado de miel y llevando atrás atado al lorquino, se puso en camino plácidamente hacia Cuevas. Habiendo cruzado de nuevo la frontera, como a una media legua, dejó nuestro Mohamet Omar al lorquino encerrado y atado en una gruta y él entró con su carga de miel en Cuevas.
Los de Lorca, que en esos momentos mantenían las paces con Vera, cuando echaron en falta al dueño de las colmenas, sospecharon que había sido cautivado por los moros, y se dirigieron al cadí de Vera para quejarse y pedirle al cristiano si no quería que se reanudase de nuevo la guerra. El cadí llamó a toda la gente del campo, tanto de Vera como de Cuevas, les preguntó, pero nadie sabía nada del asunto. Sin embargo, algunos vecinos de Omar, que conocían el caso por él mismo, ante la posibilidad de que se quebrantasen las paces y se declarase la guerra por este hecho entre Vera y Lorca, lo convencieron para que devolviese al lorquino.
Presionado por sus paisanos, el astuto Mahomet Omar recogió de la cueva al cristiano y lo llevó por la noche a Vera, a la puerta de la casa del cadí, adonde lo dejó. Cuando cadí se levantó por la mañana se encontró en su puerta al lorquino maniatado y casi muerto de hambre, sed y cansancio. A los pocos días vinieron sus parientes de Lorca y el cadí se lo entregó, no pudiendo saber nunca quién lo había dejado allí.
(A la memoria de un amigo y colaborador de este periódico, coincidiendo con el quinto aniversario de su muerte)
El presente artículo fue publicado por Actualidad Almanzora en la segunda quincena de junio de 1995.
Pedro Llaguno
Actualidad Almanzora, primera quincena de agosto de 2001