Corría la segunda mitad del s. XIX, concretamente el año 1.887, cuando D. Francisco García Ruiz, vecino de Vera, teniendo conocimiento de que el municipio tenía proyectado el establecimiento de fuentes surtidoras en la población para hacer uso del derecho que la ciudad tenía de aprovechar las aguas potables de la “Sociedad Concordia”, dirige escrito al Sr. Alcalde, D. Pedro García Soler, en relación a la cesión de una acción de agua de su propiedad al Ayuntamiento para la construcción de una fuente monumental con juego de aguas en la Plaza Constitución, preparándola para convertirla en Glorieta. El Consistorio acuerda la conformidad con el interesado, así como la distribución e inversión de los fondos conforme al presupuesto a tal efecto, según obra en el Libro de Actas Capitulares de la sesión del día 2 de enero de 1.887. Dicha información que entresaco de la lectura y estudio del Acta, y que sería prolijo ahondar en ella, sobre todo, en sus antecedentes, me la facilita, en su totalidad y de forma transcrita, el archivero municipal, D. Manuel Caparrós Perales, a quien agradezco su contribución por cuanto a reseña histórica se refiere en el abundamiento de este artículo que, ahora, redacto.
Teniendo el lector, más o menos ya, sucinta y somera información sobre el cómo y porqué de la construcción de la glorieta-recreo en nuestra ciudad de Vera y dejando atrás la exposición de los hechos acontecidos, un gran salto, desde su estudio histórico, me traslada al s. XX en mis años de juventud cuando la frecuentaba casi a diario. Entonces, me recreo en el pensamiento de mis propios recuerdos de ese vergel engalanado de preciosas por variadas y aromáticas plantas con flores que brotaban del suelo parcelado que circundaba la zona central del edén. Allí se erigía a dos metros de altura del terreno una fuente de mármol formada por recipiente, bomba impulsora, guijarro y tubo por donde manaba, incesante y sin descanso, fresca y limpia agua para que, peces, creo recordar de color rojo, fuesen, junto al líquido del viejo estanque blanco-azulado, en su chorreo, la atracción y admiración del visitante. Eran otros tiempos. No imperaban ni el cemento ni la losa; el suelo de tierra apisonada y firme daba a La Glorieta su prestancia y singular belleza. De ese suelo húmedo y coloreado en marrón oscuro, un ficus impresionante de ramas de hoja pequeña, de raíces radiales y tronco centenario, enorme por su grosor, situado a la entrada a la izquierda, era el lugar preferido, por su sombra, por personas avanzadas en edad. Otra singular y espectacular planta por su altura era el pino araucaria de pisos. Junto a estos dos narrados, variedades de palmeras junto a ficus amarillos, hibiscos, Santa Rita, claveles, rosales y margaritas, cómo no, conformaban tan insólita y espectacular belleza.
Entre sus jardines, los pasillos, muchas veces concurridos, eran espacio para paseo, lectura y charlas con amigos. Para los pequeños, el juego por antonomasia, con carreras incluidas, era la tónica general en días festivos.
El perímetro de la Glorieta, con el paso del tiempo, no ha cambiado en nada. Estaba formado por una bancada de piedra rústica adosada a una barandilla de hierro con figuras cuadradas, cuyas diagonales se cruzaban en un punto central intermedio. Dicha verja metálica estaba sujeta, como ahora, a pequeños pilares de piedra.
Recuerdo cuando, desde uno de los vértices del trapecio cuadrangular de la Glorieta, justamente el del fondo a la derecha de la entrada, contemplaba en días despejados y soleados las inmejorables vistas al mar con toda su belleza y resplandor, belleza ésta que se acrecentaba, también, por la visualización del inmenso y vasto valle limitado por las sierras de Cabrera y Almagrera, dándole al mismo, por su fascinación y deslumbramiento, el esplendor de una panorámica excelente que, como ahora, ya avanzado en años, cada vez que puedo me asomo a ese mirador que, junto a la ermita de San Ramón, yo le llamo, como muchos otros, balcón de Vera al mar.
Sirvan estas palabras como evocación en el recuerdo a la Glorieta de la década de los años cincuenta y sesenta, lugar éste que guarda para muchos de nosotros la reconstrucción en la memoria de vivencias y situaciones pasadas.
Es una pena que habiendo sido tan maravilloso lugar donde acontecen mis mejores recuerdos de infancia y juventud, haya quedado para fumadero y lugar de vicio en el que nuestros hijos ya no pueden jugar al balón ni nuestros abuelos pasear al sol sin recibir ningún comentario soez. Cuánto hecho de menos abrazar ese gigante que mi abuelo vio plantar! Jugar en sus raices y escuchar los pájaros a sol y sombra…